Mucho me temo, aunque más bien me alegro, que el obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández, ha puesto en pie de guerra a quienes trabajan intensamente en el proceso de descristianizar la sociedad española. Proceso, dicho sea de paso, en el que han logrado grandes éxitos… y los que quedan por venir.
El obispo ha tenido la feliz idea de aprovechar la Navidad para hablar del papel del marido y la esposa en la familia. Papeles complementarios. Papeles iguales en dignidad pero necesariamente distintos. Es más, esa distinción viene de Dios, aunque la humanidad se haya empeñado en oscurecerla, distorsionarla y convertirla en instrumento de iniquidad. Incluso desde dentro del propio cristianismo, aunque no hay ninguna otra gran religión que, ni de lejos, haya dado a la mujer el papel que le corresponde, muchos de sus miembros no han sido, ni son, fieles al plan de Dios en esta materia.
¿Qué ha dicho el obispo? Esto:
La familia se constituye por la unión de los esposos que normalmente se convierten en padres. Varón y mujer, creados en igualdad de dignidad fundamental, son distintos para ser complementarios. Cuanto más varón sea el varón, mejor para todos en la casa. El aporta particularmente la cobertura, la protección y la seguridad. El varón es signo de fortaleza, representa la autoridad que ayuda a crecer. La mujer tiene una aportación específica, da calor al hogar, acogida, ternura. El genio femenino enriquece grandemente la familia. Cuanto más mujer y más femenina sea la mujer, mejor para todos en la casa.
¿Y qué ha pasado cuando el obispo ha dicho eso? Que ha salido un Caifás socialista y laicista a rasgarse las vestiduras diciendo:
«Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia.
(Mat 26,25)
Efectivamente, la fe católica es blasfemia para la nueva religión, a la que llaman democracia. Dice el diputado socialista Hurtado:
«Afortunadamente, la democracia ha puesto por encima de la moral católica, dominante en otros tiempos, a los derechos humanos y a la libertad».
Es altamente significativo que ese señor oponga la democracia a la moral católica. Sin la menor duda aparecerán muchos católicos, mayormente liberales, a decir que tal cosa es una barbaridad. Que la democracia es perfectamente compatible con su fe. Sin duda hay países donde tal cosa es posible. Pero hagamos la prueba del nueve y preguntemos: ¿en cuántos países democráticos del mundo se respetan los principios no negociables marcados por Benedicto XVI?
Sabemos la respuesta. Y si preguntamos lo mismo en Europa, cuna de la democracia liberal, la respuesta es aún peor. San Juan Pablo II describe exactamente en qué se ha convertido la democracia que reina hoy en Occidente (negritas mías):
Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales, así como de la «subjetividad» de la sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad. Hoy se tiende a afirmar que el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la actitud fundamental correspondientes a las formas políticas democráticas, y que cuantos están convencidos de conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza no son fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que la verdad sea determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios políticos. A este propósito, hay que observar que, si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia.
San Juan Pablo II, Centessimus annus, 46
Lo acabamos de ver. Si, algo lamentablemente no demasiado habitual, un obispo católico osa proclamar la fe católica contra los dogmas laicistas que comparten la izquierda anticlerical de toda la vida y la derecha pagana, enseguida saltan los sumos sacerdotes de esa nueva religión que, bajo la apariencia de libertad y democracia, es el nuevo totalitarismo que una sociedad cada vez más entregada en manos de la apostasía consume con gusto.
Y si encima ese obispo, siguiendo los pasos de santos y profetas como san Juan Bautista, usa un lenguaje fuerte para describir algunos pecados infames, como es la concepción de seres humanos en laboratorios y no en el lecho conyugal, la sentencia que recae sobre él por semejante “blasfemia” es la misma que recayó sobre Cristo:
¿Qué decidís?». Y ellos contestaron: «Es reo de muerte».
Mt 26,66
De momento esa muerte pretende ser solo social, civil. Veremos cuánto tardan estos paladines de la democracia totalitarista en proponer que esa muerte civil tenga algún tipo de equivalente penal.
Luis Fernando Pérez Bustamante
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