Por Mónica MUÑOZ |
Para quienes somos católicos, hemos iniciado el Año de la Misericordia, un año jubilar especialmente dedicado a realizar el amor de Dios de manera palpable, como lo ha pedido el Papa Francisco porque la misericordia “es condición para nuestra salvación” por lo que nos recuerda que “hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre.” (Misericordiae Vultus no. 2, 3), por lo tanto, se trata de dejar de ignorar las necesidades de los demás, sencillamente porque son nuestros semejantes y requieren de nuestra simpatía, empatía y ayuda.
A la par, el Papa abre el panorama para que esa misma misericordia divina toque nuestro ser y nos transforme, y nos impulsa a recordar que estamos ante un Padre amoroso que quiere que todos los hombres se salven porque la “Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro…[ ]…es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado.” (Misericordiae Vultus no. 2)
Por eso, es un momento muy oportuno y recomendable para hacer un examen de conciencia a fondo, rascar en nuestro interior y sincerarnos con nosotros mismos para acercarnos al sacramento de la Reconciliación, donde vaciamos nuestras miserias y nos llenamos de la gracia divina, pues se trata de “vivir este Año Santo como un momento extraordinario de gracia y de renovación espiritual”, como lo dice la bula papal.
Pero también es una oportunidad para poner en práctica las obras de misericordia, que son catorce acciones muy concretas que están encaminadas a hacer el bien al prójimo, pensando en sus necesidades y renunciando a nuestra comodidad, y que, por cierto todos podemos llevarlas a cabo, pues nadie es tan pobre que no pueda dar algo.
La Iglesia hecho dos clasificaciones, siendo así, siete obras de misericordia corporales y siete espirituales. Las comento brevemente, para quienes no las recuerdan o no sabían de qué se tratan:
En el caso de las corporales, nos encontramos con: Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, dar posada al peregrino, visitar al preso, visitar al enfermo y enterrar a los muertos.
Las espirituales son: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar al que nos ofende, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo, rogar a Dios por vivos y difuntos.
En cuanto a las corporales, creo que las tres primeras no necesitan mayor explicación, compartir con los menos afortunados nuestra comida, bebida y ropa son acciones urgentes que deben realizarse en cuanto se presente la ocasión, tenemos a veces tantas cosas que no nos costaría mucho hacer una selección de prendas de vestir útiles y en buen estado para ofrecerlas a quienes puedan aprovecharlas, y lo mismo con los alimentos, es un pecado grave tirar la comida cuando hay tanta gente que puede saciar su hambre con lo que a nosotros nos sobra.
La cuarta, dar posada al peregrino, ya es más complicado realizarla. Yo admiro mucho a las personas que tienen la generosidad de ofrecer su casa para hospedar gente que no conocen, sobre todo con la situación de inseguridad que de manera generalizada priva en nuestro país, sin embargo, para quienes les resulta difícil hacerlo por cuestiones de espacio o por alguna otra circunstancia, está la opción de apoyar los albergues que acogen inmigrantes o personas en situación de calle, que acuden a estos sitios para pasar la noche y hacer una comida decente.
En cuanto a visitar presos y enfermos, hay muchas maneras de aplicarlas. A menos de que, tristemente, tengamos un pariente, amigo o conocido en la cárcel, la forma de realizar una visita puede ser un poco difícil, pero hay personas que se involucran en grupos de voluntarios, como la pastoral penitenciaria, que se dedican a llevar consuelo y la Palabra de Dios a esos hermanos que han perdido su libertad. Bien pudiésemos acercarnos a esos grupos para acompañarlos o preguntar de qué manera podemos ayudar.
Tener un enfermo, desafortunadamente es más común, por eso podemos tener la oportunidad a la mano de hacer su enfermedad un poco más ligera con nuestro apoyo y compañía.
Enterrar a los muertos se entiende como la acción de acompañar a la familia en su duelo por la pérdida de un ser querido, estando con ellos en la velación del cuerpo y luego en el momento de trasladarlo a su última morada.
De las siete obras de misericordia espirituales, hablaré la próxima vez, si Dios lo permite.
¡Que tengan una excelente semana!
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