Francisco inició sus palabras recordando que los religiosos y religiosas que son hombres y mujeres consagrados al servicio del Señor, “que ejercitan en la Iglesia este camino, de una pobreza fuerte, de un amor casto que les lleva a una paternidad y maternidad espiritual para toda la Iglesia. Y la obediencia”. A propósito de la obediencia, el Papa explicó que la “perfecta obediencia es la del Hijo de Dios, que se hizo hombre, por obediencia, hasta la muerte y muerte de Cruz”. Y precisó que la obediencia no es militar, “eso es disciplina”. Sin embargo, el Papa pidió una obediencia de donación del corazón, porque esto “es profecía”.
Asimismo, Francisco aclaró que si hay algo “que no veo claro, hablo con el superior, pero después del diálogo, obedezco”. Al respecto, advirtió sobre la semilla de la anarquía, “que planta el diablo”. La anarquía de la voluntad –precisó– es hija del demonio, no es hija de Dios. Así, recordó que muchas veces debemos aceptar alguna cosa que no nos gusta, “se debe tragar”. Por esto, el Santo Padre explicó que la profecía es decir a la gente que hay un camino que te llena de alegría, que es el camino de Jesús. Es el camino del ser cercano. La profecía, “es un don, un carisma”. Pero se debe pedir al Espíritu Santo.
El segundo concepto analizado por Francisco fue la proximidad: hombres y mujeres consagrados, pero no para alejarse de la gente. Al respecto señaló el ejemplo de Santa Teresa del Niño Jesús que “con su corazón ardiente, permanecía cercana, y las cartas que recibía de los misioneros, la hacían más cercana a la gente”.
“Ser consagrados no es un estatus de vida que me hace mirar a los otros por encima del hombro, ni me hace subir en el estatus social”, dijo Francisco, sino que “la vida consagrada debe llevar a la cercanía con la gente, cercanía física y espiritual”. En esta misma línea, el Pontífice recordó a los presentes que el primer prójimo de un consagrado es el hermano y la hermana de la comunidad. Y a propósito de la cercanía, el Santo Padre dio otra advertencia: el chismorreo es un modo de alejarse de los hermanos y de las hermanas de la comunidad. El Pontífice insistió con fuerza en esta idea: el terrorismo del chismorreo. El que chismorrea lanza una bomba y se va tranquilo. Y esto destruye, ha asegurado. Por eso les dio un consejo práctico: “si te viene decir algo contra un hermano, lanzar una bomba de chismorreo, muérdete la lengua fuerte”.
Sin embargo, los invitó a aprovechar los Capítulos para decir públicamente lo que cada uno siente, nunca a las espaldas. Así, aseguró que si “en este Año de la Misericordia cada uno de ustedes conseguiría no hacer nunca el terrorismo del chismorreo, sería un éxito para la Iglesia, un éxito de santidad”.
Finalmente el Papa habló de “la esperanza”. El Papa confesó que a él esto le cuesta cuando ve el descenso de las vocaciones. En este punto advirtió que “algunas congregaciones hacen el experimento de la “inseminación artificial”. Reciben sin responsabilidad ni discernimiento y luego vienen los problemas. Para remediar esto, el Santo Padre invitó a rezar sin cansarse, rezar con intensidad a Dios porque “nuestra congregación necesita hijos, hijas”. Dios no faltará a su promesa pero “debemos pedirle, debimos llamar a la puerta de su corazón”.
Francisco tuvo por último unas palabras de agradecimiento a todas aquellas religiosas que dan su vida en los hospitales, colegios, parroquias, barrios, misiones.+
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