La excursión diocesana de los curas (segunda parte)


El viaje hasta Cuellar se hizo largo. Pero allí estaba el padre Atanasio amenizándonos el trayecto con el micrófono. Es un buen hijo de san Juan Bosco y parece ser que existe una tradición en la congregación de amenizar y hacer agradable la vida, a diferencia de otras congregaciones que se han especializado “en otras cosas”. Este dinámico salesiano nos distrajo los kilómetros con una larga charla sobre la cizaña.
Todos pensábamos que la cizaña era el nombre dado a todas las malas hierbas que crecían en el cultivo. Pues no. Error. Es una especie concreta: el lolium temulentum. Durante su charla científica todos llegamos a odiar la cizaña como no lo consiguió ningún sermón espiritual. Temí, incluso, que esa noche llegara a soñar que mi cuerpo quedaba invadido por la cizaña.
Estoy seguro de que su charla ha supuesto un antes y un después en las predicaciones acerca de la cizaña en la diócesis de Alcalá. Ningún cura podrá ya predicar en los próximos cuatro o seis años sobre esa parábola sin que al momento le venga la cara de este salesiano.
La charla fue tan buena que cuando acabó grité desde la mitad del autobús, me había cambiado de asiento: ¡Háblanos de las calabazas y pepinos de Egipto!
Pero al salesiano era difícil darte gato por liebre, y tras una breve dubitación me preguntó: ¿No eran pepinos y puerros?
Sí, los salesianos no han nacido ayer. Efectivamente, el versículo reza así: ¡Cómo nos acordamos del pescado que comíamos de balde en Egipto, y de los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos! (Números, 11, 5).
Si hubiera citado las cinco especies, en ese momento me hubiera convertido en su admirador. Aun así, me quedé impresionado tanto por la cizaña como por los puerros. De manera que le grité desde mi asiento: ¡Háblanos de la cizaña eclesiástica!
Cada una de estas intervenciones provocaban el jolgorio general del clero allí reunido. El viaje era tan largo que cualquier cosa les distraía y hasta les hacía sincera gracia.
Fue así, en ese ambiente tan sano que recordaba a los mejores momentos fundacionales de los discípulos de san Francisco, que llegamos a Cuellar. Pero eso, será otro post. 

Claro que todo no se podrá contar. Por ejemplo, debo dejar en la penumbra el momento épico en que un cura lleno de celo intentó que cierto párroco del postconcilio más radical (ya ahora anciano) se hiciera del Opus Dei. Dejando aparte si hubiera sido bueno o no que se hiciera del Opus, hay que reconocer que contado por él mismo fue apoteósico.

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