La guerra de los Macabeos en tierra española


Los lectores de este blog que no vivís en España difícilmente os podréis hacer una idea adecuada de la lucha que se inició aquí hace casi trece años acerca de la interpretación de la guerra civil. Esa guerra estaba totalmente olvidada. Todo el mundo se había esforzado por mirar al futuro y no al pasado. Pero cierto presidente usó todos los resortes del Poder para revivir el recuerdo de la guerra y para perseguir cualquier visión que no concordara con la suya. Sí era ¡Zapa!
Por supuesto que no voy a insultar la inteligencia de mis lectores con afirmaciones tales como que también Franco hizo cosas malas, o que también los nacionales hicieron cosas malas y cosas así. Son verdades tan evidentes como “hay un feminismo malo y otro bueno”, o “hubo comunistas malos y otros buenos”. Ese tipo de tópicos los dejo fuera de este post y de los futuros. Ah, sí, también “hubo Papas malos”.
Teniendo en cuenta que sí que hubo Papas malos y nacionales perversos, los hubo, hay que ver con detalle ese vídeo que puse ayer de la liberación de Madrid.
Es impresionante ver a la población saliendo a la calle llorando de alegría. ¡La pesadilla había acabado! Los que no hemos conocido de primera mano las virtudes del terror socialista, comunista y anarquista que imperó en la capital no entenderemos las lágrimas de gozo de tantos millares a los que no grabaron las cámaras. Las podremos ver, pero no entender en toda su profundidad.
Podéis ver –yo lo hice al escribir mi novela– los vídeos de todos los entierros, homenajes y actos que organizó la República en Madrid, Barcelona y otros lugares. Jamás lograron reunir tanta gente como la que salió de forma espontánea a recibir las fuerzas nacionales. Tampoco veréis ese entusiasmo en los rostros. Por el contrario, se percibe odio. 

Ved los vídeos, hay oscuridad en los rostros de los intoxicados por esa doctrina de odio que fue el marxismo. Y esa doctrina se puso por obra. Las palabras se hicieron obras. Fue necesaria una terrible guerra para extirpar un mal más espantoso que la misma hecatombe de la guerra.

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