Cuando se busca una explicación a los motivos que tuvo José Rosario Orozco Murguía, para disponer de la vida de un varón justo y bondadoso, como fue don José Isabel Flores Varela, párroco de Matatlán, delegación municipal de Zapotlanejo, Jalisco, sólo encuentra una: odio a la fe que el eclesiástico profesaba en un tiempo de sañuda persecución religiosa, azuzada por la legislación anticlerical impuesta por el Presidente de México, Plutarco Elías Calles. Nada más.
Los hechos
Durante las primeras horas del 21 de junio de 1927 y como remate a varios intentos frustrados de ahorcarlo, José Anastasio Valdivia Lupercio, de 40 años de edad, oriundo de la delegación La Purísima Concepción, de la aludida municipalidad, degolló a sangre fría, con el filo de un machete, al eclesiástico, en el cementerio municipal, todo para congraciarse con su jefe, del que pasaremos a ocuparnos.
José Rosario Orozco Murguía
Nació en el rancho El Trapichi, de Zapotlanejo, el 6 de noviembre de 1885, hijo de Antonio Orozco y Prudencia Murguía. Maderista de la primera hornada, miliciano carrancista después, alcanzó en estos lances el grado de mayor, que usó siempre como licencia para cometer tropelías de forma impune, pues además de clerófobo se distinguió como cobarde asesino de indefensos: “Se enojaba sin ningún motivo… mandaba matar al que quería, abusaba de la mujer que le gustaba… A los que estaban en el pueblo les decía ‘cristeros mansos’, y a los que estaban en el cerro, les decía ‘brutos’”. En repetidas ocasiones fue Presidente Municipal: 1918, 1921, 1928 y 1930, y era candidato a diputado al tiempo en el que murió apuñalado, el 11 de marzo de 1932, en la confluencia de las calles de Degollado y Ferrocarril, cerca de la estación de este transporte, en la ciudad de Guadalajara.
La traición
El atropello en contra del sacerdote comenzó tres días antes, el día 18, con su arresto en un punto denominado El Cascajo, por el camino de la hacienda de Colimilla. Su paradero lo denunció un protegido suyo, estudiante que había sido del Seminario Conciliar de Guadalajara, de nombre Nemesio Bermejo, a la sazón juez de paz, y que estaba resentido con el Padre Flores porque este le llamaba la atención debido a su alcoholismo.
En Zapotlanejo le sirvió de cárcel una letrina del curato, convertido en cuartel, donde se le mantuvo tres días y tres noches con unas piedras bajo las axilas, todo con el consentimiento del Presidente Municipal de ese momento, Jesús Flores Torres, a quien quitarían la vida tiempo después cerca de la garita de Zapotlanejo, suerte que corrió el policía José Aguirre, colaborador de esta felonía.
Volviendo al mártir, se cuenta que uno de los que debían ajusticiarlo se negó a hacerlo con estas palabras, que según eso le costarían la vida: “Yo no meto las manos; el padre es mi padrino; él me dio el bautismo”. Si tal cosa pasó, ni el nombre de esta persona se conserva.
Datos del santo
El párroco asesinado nació en Santa María de la Paz, de la parroquia de San Juan Bautista del Teúl, en el estado de Zacatecas, el 20 de noviembre de 1866. Se formó en el Seminario Conciliar de Guadalajara, donde se le tuvo como uno de los estudiantes más distinguidos. Ordenado presbítero en 1896, tuvo entre sus destinos ministeriales las parroquias de Teocaltiche, donde atendió Belén del Refugio, luego la de Zapotlanejo y finalmente la de Matatlán.
Fue un eclesiástico bondadoso, responsable y entregado a su ministerio, al que sirvió con abnegación y ejemplaridad más de treinta años. Sus restos fueron exhumados en 1935, para colocarlos en una capilla al lado del presbiterio del templo parroquial de Matatlán, donde hasta la fecha se veneran. Beatificado en 1992, lo canonizó san Juan Pablo II, en la plaza Vaticana el 21 de mayo del año jubilar 2000.
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