27 de octubre, 2013
30º Domingo Tiempo Ordinario (C)
Lc 18,9-14: Homilía de san Agustín (En. in ps. 31, s. 2, 11)
«Subieron al templo a orar dos hombres, uno fariseo y otro publicano (Lc 18, 9). El fariseo decía: Te doy gracias (Lc 18, 10). ¿Dónde se manifiesta su soberbia? En que despreciaba a los demás. ¿Cómo lo demuestras? Por sus mismas palabras. ¿De qué manera? Aquel fariseo –según la parábola– despreció al que se hallaba lejos, aunque por su confesión tenía a Dios cercano. El publicano –prosigue– se mantenía de pie a lo lejos; pero Dios no estaba lejos de él. ¿Por qué? Por lo que dice la Escritura en otro lugar: El Señor está cerca de los hombres de corazón contrito (Sal 33, 19). Considerad si este publicano tenía contrito su corazón y veréis que el Señor está cerca de los hombres de corazón contrito: En cambio, el publicano se mantenía de pie a lo lejos, y ni siquiera quería levantar sus ojos al cielo; sino que golpeaba su pecho. El golpearse el pecho es la contrición de corazón. ¿Qué decía mientras golpeaba su pecho? ¡Oh Dios! Apiádate de mí, que soy pecador. ¿Y cuál fue la sentencia del Señor? En verdad os digo que este publicano bajó del templo justificado y no el fariseo. ¿Por qué? Tal es el juicio de Dios. No soy como ese publicano; no soy como los demás hombres que son injustos, ladrones, adúlteros; ayuno dos veces a la semana y pago el diezmo de cuanto poseo.
El otro, el publicano, no se atreve a levantar sus ojos al cielo, examina su conciencia, se queda de pie a lo lejos, y sale justificado; no así el fariseo. ¿Por qué? Te suplico, Señor; exponnos tu justicia, exponnos la equidad de tu derecho. Dios expone la regla de su ley. ¿Queréis oír cuál es? Pues todo el que se exalta será humillado y todo el que se humilla será exaltado (Lc 18, 14)».
(Trad. de Pío de Luis, osa)
Comentarios
comentarios
Esta entrada también está disponible en: Inglés, Portugués

Publicar un comentario