¿A dónde se fue la Navidad?

Casi cada Navidad escucho o leo lo mismo. ¡Cómo se ha perdido el concepto de la Navidad! ¡Cómo hemos perdido la idea central de esas fiestas! ¡Cómo se ha paganizado!. Yo también he escrito artículos como esos. Algunos quisiéramos que la Navidad se viviera de otro modo, más sencilla, más centrada en lo fundamental, menos consumista.

Pero tal vez hay otros ángulos en este tema. Otros puntos que tomar en cuenta. Y, sin perder ese ideal de lo que creemos que debería ser la Navidad, pudiéramos ver lo que hay en el modo más generalizado de celebrarla.

Porque la Navidad se ha vuelto una celebración global. Aún en países donde la cultura no es cristiana, han adoptado esta celebración. Cada cual a su manera, en su contexto y de acuerdo a sus valores. Hoy en día, en nuestra sociedad, lo común es ver la Navidad como una celebración de la paz y la esperanza, una ocasión de celebrar la Familia, de revivir tradiciones que tal vez ya no se entienden del todo. Una ocasión de regalar y recibir regalos, de mostrar cariño y aprecio por los demás, de renovar comunicación y relaciones que tenemos olvidadas.

Y todo ello es muy bueno. Un momento del año en que hacemos un alto y recordamos cosas que valoramos. Momentos de celebración. Y probablemente eso ha ocurrido hace siglos, con distintas modalidades, con diferentes recursos, con diferente nivel de vida que el que se podía tener en otros siglos y que hacía que todo fuera más austero. Y también desde una vivencia diferente de la fe y de los valores.

Celebración, regalos, reuniones, son cosas muy buenas. Pero son lo adicional. Lo fundamental es que en Navidad celebramos que el Hijo de Dios se hizo Hombre y puso su morada entre nosotros. Y que, con ello, nos trajo la Redención del pecado y de la muerte y nos concedió llegar a ser Hijos de Dios. El mayor regalo que ha recibido la Humanidad. Pero, ¿cuántos lo saben? ¿Cuántos tienen claro este concepto? ¿Para cuántos forma parte de sus creencias?

Claro, también hay un esfuerzo por desvalorizar la Navidad. Están, por supuesto, quienes han contribuido a su secularización a propósito, por diseño. Como los que han quitado toda referencia religiosa a esta fiesta, los que han prohibido en algunos países que se expongan públicamente los nacimientos, los que ya no hablan de Navidad, sino de las Fiestas, o las celebraciones de la temporada. Los que han despojado a los villancicos de cualquier sentido religioso. Los que nos hablan de la “Magia de la Navidad”. Los que han creado el frenesí de consumismo y que, comprensiblemente, quieren que estén incluidos los de cualquier creencia y temen que si la celebración es “demasiado” religiosa, ahuyentarán a consumidores con otras creencias.

En mi opinión, no debemos criticar ni atacar estos síntomas. Debemos ir a la raíz. Si no conocemos, entendemos y vivimos nuestra fe, la consecuencia será vivir tradiciones y costumbres alejadas de su sentido original. Si volvemos a hacer de nuestra fe el fundamento de nuestras acciones, sabremos darle a la Navidad su sentido, sin necesidad de quitar nada a estas celebraciones. El reto es enriquecer nuestra vivencia de la Navidad y gozar de su sentido profundo. Que su propósito central sea el agradecimiento, el agradecimiento a nuestro Padre Dios por el magnífico regalo que recibimos mediante este Niño que nos ha nacido y que nos ha traído los mayores bienes.

@mazapereda

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