Mons. Aguer: "En Navidad terminemos con la mentira y la corrupción generalizada"

Mons. Aguer: "En Navidad terminemos con la mentira y la corrupción generalizada"

La Plata (Buenos Aires) (AICA): En un artículo con el título “La Navidad como misterio”, publicado en el diario platense El Día, el arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, sostuvo que ¨con razón y con necesidad se habla de cambio en la Argentina de hoy. ¿Quién estará en desacuerdo si se propone acabar con la mentira y con la patología ideológica, que ocultan una corrupción generalizada en las estructuras del Estado?¨. El prelado subrayó que ¨es preciso renacer a la verdad en todos los resquicios de las relaciones sociales y superar la discordia, la oposición sistemática, la promoción del odio, un atavismo que se perpetúa viciosamente en nuestra historia”.
El arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, sostuvo que "con razón y con necesidad se habla de cambio en la Argentina de hoy. ¿Quién estará en desacuerdo si se propone acabar con la mentira y con la patología ideológica, que ocultan una corrupción generalizada en las estructuras del Estado?"

En un artículo que publicó el diario platense El Día, el prelado subrayó que "es preciso renacer a la verdad en todos los resquicios de las relaciones sociales y superar la discordia, la oposición sistemática, la promoción del odio, un atavismo que se perpetúa viciosamente en nuestra historia”.

“No se deben ocultar algunas tristísimas realidades: la destrucción de la familia, mediante la sustitución del matrimonio por la 'pareja'; la violencia que impulsa continuamente a crímenes horrendos pero que se incuba latente en las relaciones cotidianas, la confusión acerca del sentido de la vida, y el desinterés por la suerte ajena".

La Navidad como misterio
El texto del artículo con el título “La Navidad como misterio” es el siguiente:

Cuando se acerca la Navidad, además de preparar las bellísimas celebraciones –la de Nochebuena y la del Día– me acucia la inclinación a decir algo más, y en otro estilo, que lo que puedo ofrecer en las respectivas homilías a quienes participarán de aquellas dos misas. Hablar de este misterio de nuestra fe, por ejemplo, a los lectores de El Día, en especial a los bautizados, muchos de los cuales (¿cuántos? ¿la mayoría?) no pisarán la iglesia en esa jornada singularísimamente única en el año, y sin embargo, de una manera u otra cumplirán con el ritual del brindis e intercambiarán el saludo consabido que desea felicidad. Quizá estas líneas actualicen entrañables recuerdos infantiles.

Dije: misterio de nuestra fe. En efecto, es una verdad de nuestro Credo: la encarnación y el nacimiento del Hijo de Dios, de Dios-Hijo, la segunda persona de la Santísima Trinidad. Se hizo hombre; no alienó su divinidad, en su persona unió a su naturaleza divina la naturaleza humana. En el anuncio de su nacimiento se le dice a María: Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús (Lc. 1, 31). El hecho se realizó de un modo portentoso, virginal, sin intervención de varón, por obra y gracia del Espíritu Santo, como rezamos en el Símbolo de la fe. El mensaje a la Virgen Madre se expresaba en términos típicamente bíblicos, vetero-testamentarios, aludiendo a la nube que cubría al pueblo de Israel en el desierto a su salida de Egipto; el Espíritu Santo descendería sobre ella: te cubrirá con su sombra (ib. 1, 35). Así la doncella se convirtió en Morada de la presencia divina, en Madre de Dios. A José, el esposo silencioso y casto, se le dice: Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de todos sus pecados (Mt. 1, 21). Jesús suena en hebreo Yeshua, que es una contracción de Yehoshua: “Yahvé (el nombre innombrable del Dios de Israel) salva”. Jesús realizó la salvación de la humanidad mediante su vida, la predicación del Reino –es decir, su enseñanza– su muerte, resurrección y ascensión: en su regreso al Padre llevó consigo, como un trofeo, su carne gloriosa, su santísima humanidad.

Podemos hablar de la Navidad como misterio también en otro sentido, más bien litúrgico que dogmático. Lo que celebramos es un hecho histórico, real, verdadero, el nacimiento de Jesús. Pero no se trata meramente de recordar, aunque fuera con veneración, un acontecimiento del pasado. Tal acontecimiento, un hecho salvífico obrado por Dios –las tres personas divinas intervienen en él– se hace presente en la celebración litúrgica de la Iglesia con toda su eficacia, se hace hoy. De una manera sencillamente catequística, se puede decir: Jesús nace en nosotros en cada Navidad si le damos cabida en nuestro corazón. Según acomodemos las cosas: la fe, la esperanza, el amor, puede producirse un admirable intercambio entre él y nosotros, y esa presencia suya puede difundirse a través nuestro, alcanzar a nuestra familia, y si se produjera una coincidencia de pensamientos, afectos y decisiones, lograría introducir un principio efectivo de renovación cultural y social. No hay nada de mágico en esa gracia de cambio, debe plegarse a ella nuestra libertad.

Con razón y con necesidad se habla de cambio en la Argentina de hoy. ¿Quién estará en desacuerdo si se propone acabar con la mentira y con la patología ideológica que ocultan una corrupción generalizada en las estructuras del Estado? Es preciso renacer a la verdad en todos los resquicios de las relaciones sociales y superar la discordia, la oposición sistemática, la promoción del odio, un atavismo que se perpetúa viciosamente en nuestra historia. No se deben ocultar algunas tristísimas realidades: la destrucción de la familia mediante la sustitución del matrimonio por la “pareja”, la violencia que impulsa continuamente a crímenes horrendos pero que se incuba latente en las relaciones cotidianas, la confusión acerca del sentido de la vida, el desinterés por la suerte ajena. En estos días cualquier hijo de vecino, aterrado por los comentarios y predicciones que suelen cumplirse, hace cálculos sobre sus inminentes desgracias económicas y las posibilidades de zafar. Un clásico: los reclamos que incluyen paros y cortes de calles y rutas; que lo pague el prójimo. Es pura insensatez. No será fácil encaminar una administración de los bienes públicos pensada a partir de las necesidades de la gente y no deducida de modelos arbitrarios o del imperio absoluto de indemostradas leyes económicas. La lista podría prolongarse…

¿Qué tiene que ver todo esto con la Navidad? Mucho. De la Navidad cristiana se desprende una específica orientación. Oriente, en su primera acepción, por sus raíces latinas, designa el nacimiento de una cosa. Pero además nombra el punto del horizonte por donde aparece el Sol. Nos visitará el Sol que nace de lo alto (Lc. 1, 78); así se dice de Cristo, que es llamado, según el texto griego del pasaje evangélico citado, Anatolé. Mirando hacia él uno se orienta. La Argentina necesita reorientar su vida social; llegar o volver a ser un país “normal”.

Dios nos enseña a ser hermanos. Concluyo con dos referencias literarias a María y a su Hijo, muy diversas por época y autor. El himnógrafo Romano el Músico cantó así en su célebre himno Akáthistos, del siglo VI: “Contemplando el parto milagroso/apartémonos del mundo/elevando la mente al cielo;/para esto el Dios altísimo/apareció en la tierra como humilde hombre:/para atraer al cielo a quien le canta:/Aleluya”.

El otro testimonio es del tenaz ateo Jean-Paul Sartre, tomado de una obra que escribió para la Navidad de 1940 durante su cautiverio en el Stalag 12 D. Es un drama, un Misterio de Navidad llamado Barioná, el hijo del trueno. Al concluir el quinto cuadro, el relator dice: “Ninguna mujer, jamás, ha disfrutado así de su Dios, para ella sola. Un Dios muy pequeñito al que se puede estrechar entre los brazos y cubrir de besos. Un Dios calentito que sonríe y que respira, un Dios al que se puede tocar; y que vive. Es en uno de esos momentos como pintaría yo a María si fuera pintor. Y trataría de plasmar el aire de atrevimiento tierno y tímido con que ella acerca el dedo para tocar la dulce y suave piel de este niño–Dios cuyo peso tibio siente sobre sus rodillas y que le sonríe.” Esto es Navidad.+

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