EDITORIAL

Los corruptos no sienten necesidad de perdón

Ya está a la puerta el Miércoles de Ceniza, y con él, un fuerte llamado a la caridad, a la conversión y al cumplimiento puntual del deber, que es la mejor penitencia. En un país con tantas dificultades económicas, todos estamos llamados a ejercer, de alguna manera, la caridad con el prójimo, con los más cercanos. Hay preguntas qué responder a diversos temas de la Patria que alguna vez fuera “impecable y diamantina”. ¿Cómo marcha nuestra identidad de creyentes en medio de un país cargado de problemas añejos, y otros que se reciclan y multiplican en subsecuentes administraciones?
Vivimos, hoy por hoy, en una nación cuya moneda de cambio más usual es el soborno, la dádiva, el favoritismo, la corruptela, con tal de conseguir favores y/o ganancias inmorales. Desde tiempo inmemorial, se decía que la descomposición social es connatural a la idiosincrasia e identidad de cada pueblo, de cada gobierno. Se dice -hoy también- en la sospecha popular, a gritos y quedito, que la corrupción y la dádiva, de presencia evidente en nuestra geografía, es un cáncer que contamina a una enormidad de hombres, mujeres, compañías, organizaciones -incluso a algunos que dicen defender los Derechos Humanos-, y es claro que ninguna persona ni pueblo de la Tierra está a salvo de caer en esta tentación.
La debilidad de pecar es algo inherente, pero debemos cuidar que no se convierta en un modus vivendi y fácilmente llegue a corrupción. En una situación así, sin ninguna ética que coadyuve a la conciencia, es fácil que el soborno y la deshonestidad en distintos niveles, nada quiera saber del perdón. Hay, por cierto, infinidad de hombres y mujeres atorados en pecados de toda índole, pero sí anhelan el perdón de diferentes formas. “Un corrupto no tiene necesidad de pedir perdón; le basta el poder sobre el que se basa su corrupción”.
Corrupción y transparencia no viven juntas, se repelen mutuamente. La clase política, en un amplio espectro nacional, aprende rápido las hendiduras y socavones para hacer, muy pronto, uso torcido del poder que el pueblo le otorga. Lo desvía a su propio servicio. Se pretende la ganancia ilegítima “por debajo del agua”, como se dice. De estos temas, día a día los medios de comunicación social van descubriendo nuevas cloacas. El caso “Chapo”, por ejemplo, ha dejado al descubierto muchos hilos turbios de la justicia; ha envilecido a personajes importantes a través de la dádiva, el cochupo, y otras linduras de los desvanes de la corrupción.
En la oración a que invita el Papa Francisco a rezar para la Jornada Mundial del Enfermo, dice: “La mentira, el egoísmo, la violencia, el desinterés, la injusticia social y la crisis de la familia, son tinieblas que se ciernen sobre nuestra sociedad”. Estamos llamados, por tanto, a la esperanza, al perdón, a la solidaridad.
Hay datos dolorosos, en estos renglones, que claman justicia al Cielo. Que en distintos niveles aprendamos a contrarrestarlos con actitudes propias, excluyéndolos desde el ámbito familiar. Se publican hechos y estadísticas alarmantes: “…la corrupción, en México, está lejos de erradicarse, …hoy, es una actividad criminal que le cuesta al país el 9 por ciento de su Producto Interno Bruto (PIB), una cifra que representa el doble de las ganancias del crimen organizado, y más de los dividendos que deja la extracción anual de petróleo crudo”.
Y al perdón que se les debe a las clases más precaristas, hay que sumarle un serio propósito de enmienda. Si no, no vale.

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