Hoy he regresado de dar unas charlas en Houston, Texas. En unas horas he pasado de estar en el primaveral sur de Estados Unidos al lluvioso Londres, para acabar en dos horas y media más en la soleada Alcalá. Alguno de vosotros os preguntaréis si todas esas fotos que pongo en este blog de la capilla de mi convento, no serán en realidad fotos de una capilla situada en el interior de algún avión. Sí, la verdad, es que, para ser yo alguien que odia viajar, reconozco que, hasta en sueños en mi cama, si me mediodespierto, hago el gesto inconsciente de abrocharme el cinturón de seguridad.
Pero vayamos a las cosas serias: ¿Qué películas he visto en estos viajes? La primera fue El puente de los espías. Es una película increíble. Resulta increíble que alguien como Steven Spielberg haya podido filmar semejante rollo patatero.
La siguiente que vi fue La vida y muerte de Peter Sellers. Ésta es la segunda vez que la veo. La primera la vi en la residencia de un obispo australiano del que me comí todos sus bombones. Me ha gustado más la segunda vez que la he visto. No es para tirar cohetes, pero es una buena película: le doy un 6,5.
Antes de aterrizar en mi destino final de ida, vi un trozo de Macbeth. Ya di mi opinión sobre esa película. Es curioso, una película se valora mucho mejor la segunda vez que la ves. Y he llegado a la clara conclusión de Macbeth es peor película de lo que ella intenta ser. Es una cinta con grandes pretensiones artísticas. Pero es menos buena de lo que pretende. Tiene menos contenido de lo que parece.
En mi viaje de regreso hacia Londres, vi una que no ha dejado gran impresión en mi vida, porque ya no me acuerdo ni del título. Después me dormí profundamente. Y ya sólo me dio tiempo a er los tres primeros cuartos de hora de Mr. Holmes, la cual me agradó sin entusiasmarme. La idea de un Holmes viejo y en decadencia es muy buena.
¿Cuál es la clara conclusión de todo esto? Que la industria del cine está dominada por simios beodos.
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