Pbro. Adrián Ramos Ruelas
Angelita es una señora que ha asumido su enfermedad y la vive cristianamente. Tiene varios meses postrada, pero su ánimo está firme. Ella ha pedido el sacramento de la unción de los enfermos y quiere que la confiesen. Sus molestias y dolores son una ofrenda para Dios. El valor del sacrificio para un hijo de Dios es muy grande. Hemos aprendido del Señor a soportar con paciencia el sufrimiento porque él es nuestro Maestro: “Vengan a mí los que están cansados y agobiados por la carga y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera” (Mt 11,28-30) . Muchos podemos rehuir al dolor, pero el Señor nos invita a darle siempre un valor redentor: “El que quiera seguirme, que me siga, cargando con su cruz” (cf. Lc 9,23. Un cristiano no es masoquista. No tiene que sufrir por sufrir, sino que hace de su sufrimiento una oportunidad para unirse a los padecimientos del Señor y completar así lo que falta al Cuerpo de la Iglesia que no deja de sufrir, según nos dicta el apóstol Pablo (Cf. Col1,24).
COMO LOS NIÑOS PASTORES
Los niños pastores a quienes la Virgen de Fátima les reveló su mensaje, conscientes del bien que podían hacer a la humanidad con el rezo del Santo Rosario y con sus sacrificios y penitencias, no dudaron en buscar cualquier ocasión para tener qué ofrecer al Señor. No eran niños violentados, obligados a dejar su infancia para dedicarse a cosas de adultos. Desde muy pequeños aprendieron el valor del sacrificio y para ellos llegó a ser un gozo cumplir con el mandato evangélico de la penitencia con una finalidad muy alta, noble y trascendente: cooperar a la salvación de la humanidad con espíritu de oración y de reparación.
VALOR REDENTOR DEL SACRIFICIO
Hoy el mundo necesita quien se sacrifique por él para que nadie quede excluido de los bienes de la Redención. Si por lo menos le diéramos sentido a los obstáculos, preocupaciones y penas de cada día, ya estaríamos cooperando a la consecución de un mundo mejor. Aprovechemos, pues, las pequeñas molestias de la vida para nuestro crecimiento espiritual y no dudemos en ofrecerlas como un acto de amor para el bien de nuestros hermanos. Recordemos que “sacrificio” es hacer sagrada una cosa, un acto, un momento, un espacio. ¡Cuánto valor tiene el sacrificio para alguien que descubre su riqueza muchas veces oculta!
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