Corazón puro y manos inocentes, Ángel Rubio Castro, obispo de Segovia
Manos inocentes son manos que no se usan para actos de violencia. Las manos que no se ensucian ni con la corrupción ni con sobornos. Tiene un corazón puro quien no finge y no se mancha con la mentira y la hipocresía; un corazón transparente como el agua de un manantial porque no tiene dobleces. Es puro un corazón que no se extravía en la embriaguez del placer, un corazón cuyo amor es verdadero y no solamente pasión de un momento.
El noveno mandamiento exige no dejarnos llevar por el impulso sexual desordenado, ni en los pensamientos, ni en los deseos. Esto supone pureza de corazón para saber contemplar todo lo que nos rodea según la mirada de Dios. Requiere, además, la virtud de la templanza que modera nuestros deseos y el pudor que preserva la intimidad de la persona y del propio cuerpo. Los animales no conocen el sentido del pudor por el contrario en las personas es un rasgo esencial.
El Youcat nos dice: «El pudor protege el ámbito íntimo de la persona: su misterio, lo más propio e intimo, su dignidad, especialmente también su capacidad de amor y de entrega erótica. Se refiere a lo que sólo está autorizado a ver el amor» (n. 464).
Muchos cristianos jóvenes viven en un ambiente en el que de forma natural se expone todo y se pierde de forma sistemática el sentido del pudor. Pero la falta de pudor es inhumana. El pudor está orientado y ordenado al amor. En el amor auténtico el pudor no se niega sino que se supera al realizarse. Donde hay amor, el pudor se afina y madura; un amor que como dice Kierkegaard nace de la intimidad y consiguientemente del pudor ya que «el amor ama el misterio, el amor ama el silencio».
La sexta bienaventuranza proclama: «Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8). Ver a Dios es poseer. Obtener los bienes que se puedan concebir. De ahí que el Decálogo termine recordándonos «No codiciaras los bienes ajenos». El deseo de la felicidad verdadera aparta al hombre del apego desordenado a los bienes de este mundo y tendrá su plenitud en la visión y la bienaventuranza de Dios.
La pureza de corazón es el preámbulo de la visión de Dios. Los limpios de corazón son los que se ajustan a las exigencias de la santidad de Dios en un triple campo: el de la caridad, el de la rectitud sexual y el de la ortodoxia de la fe. Existe un vínculo entre la pureza del corazón, la del cuerpo y la de la fe.
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña: «Lo que se llama permisividad de las costumbres se basa en una concepción errónea de la libertad humana; para llegar a su madurez, esta necesita dejarse educar previamente por la ley moral. Conviene pedir a los responsables de la educación que impartan a la juventud una enseñanza respetuosa de la verdad, de las cualidades del corazón y de la dignidad moral y espiritual del hombre» (n. 2526).
Jesús habla de la limpieza de corazón. El corazón es símbolo de la vida entera. Tienen limpio corazón, es decir, vida limpia, los que tienen intenciones leales, los que no ofenden con su lengua, los que siempre piensan bien, rectamente; aquellos que hablan sinceramente y obran honestamente; los que buscan siempre la verdad, aman la verdad, viven en la verdad, realizan siempre la verdad con amor, los que aman con “amor hermoso”.
+ Ángel Rubio Castro
Obispo de Segovia
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