Juan López Vergara
Iniciamos un nuevo Año Litúrgico. Nuestra Madre Iglesia nos propone la lectura continuada del Santo Evangelio según San Mateo. En el texto de ahora encontramos un par de imágenes que nos invitan a velar y a estar preparados para celebrar con esperanza renovada y auténtico compromiso la llegada del Señor Jesús (Mt 24, 37-44).
Velen y estén preparados
Las dos Parábolas se encuentran insertas en el último discurso del Primer Evangelio. Para orientar su lectura, San Mateo ha configurado un marco perfecto, que evoca la venida del Hijo del hombre (compárense el verso inicial: 37, con el final: 44). Nuestros primeros hermanos en la Fe identificaron a Jesús con el ‘Hijo del hombre’, y esperaban su venida gloriosa (compárese: Dn 7, 13-14).
Sirviéndose del lenguaje apocalíptico, nos hablan de los últimos tiempos. La primera se refiere a la época de Noé (véase v. 37), haciendo hincapié en que: “Antes del Diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el Arca” (v. 38). ¿Acaso se nos quiera decir que no percibían la acción de Dios en la cotidianeidad de sus vidas?, pues advierte que “lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. Entonces, de dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro será dejado; de dos mujeres que estén moliendo trigo, una será tomada y la otra dejada” (vv. 39-41). Y termina con una clara exhortación: “Velen, pues, y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor” (v. 42).
Una provocativa imagen
La segunda metáfora es muy atrevida, pues advierte que el Señor viene y se acerca sigilosamente a nosotros como un ladrón que irrumpe en nuestro hogar: “Tengan por cierto que si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando que se le metiera por un boquete en su casa” (v. 43). ¡Estemos despiertos como si esperásemos ser asaltados mientras dormimos! Así se nos exhorta en la conclusión del Santo Evangelio de hoy: “También ustedes estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre” (v. 44).
Despertemos a la realidad
El Adviento no radica en refugiarse en bellas ensoñaciones, sino en despertar a la realidad. La mejor manera de hacerlo consiste en estar atentos y vigilantes, para ser capaces de reconocer al Señor en el rostro del hambriento, del sediento, del inmigrante, del desnudo, del enfermo, del encarcelado (compárese Mt 25, 35-36), ya que cuando el Hijo del hombre venga en su Gloria, nos dirá: “En verdad os digo que cuanto hicísteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a Mí me lo hicísteis” (Mt 25, 40).
Para celebrar fructuosamente este nuevo comienzo, los invitamos a orar con San Agustín:
“Ven, Señor, y haz tu obra. Despiértanos, incítanos, enciéndenos. Arrástranos hacia delante. Sé aromático como las flores y dulce como la miel. Enséñanos a amar y a avanzar”.
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