Diciembre, contrapesos de la Esperanza
Este último mes del año es abundante y generoso en expresiones populares. Su presencia nos cambia el panorama; a muchos, para la alegría y la paz; a otros, para el aislamiento y hasta el rencor. Origina distintas propuestas, según las diversas ideologías y actitudes de cada quien, desde los que se dejan seducir irrefrenablemente por el consabido mercado-trampa que se ofrece a diestra y siniestra, con sus repetidas invitaciones superficiales que prometen una llamarada de felicidad o el secreto para dar o recibir la dicha, hasta los que asumen las propuestas sensatas y factibles, como el aprovechar estas fechas para el re-encuentro familiar, el disfrute de la visita de los alejados a la familia que vuelven y se reúnen, aunque sea de manera fugaz. Sin embargo, lo que no deberíamos olvidar, todos, es que el mes de diciembre, con todos sus jolgorios, sigue siendo sustancialmente religioso.
Y es que, pese a que la mayoría nos encandilemos con el ambiente festivo de las Posadas y las celebraciones navideñas revestidas de magia, música de ocasión, villancicos, luces, colores y fantasías; de que incidamos o no en el gasto de los regalos “de rigor”, persuadidos por una publicidad que envuelve engaños y proclama bienestar a bajos costos o módicos abonos, o que hagamos cuentas alegres por la recepción de un aguinaldo, a pesar de que en ocasiones, desde antes de ser recibido haya quedado reducido por el pago de compromisos y deudas, como queda dicho, el clima de la Navidad invita, por supuesto, a una intimidad más personal; a sentir nuestros propios resuellos y a auscultar nuestros pensamientos. Nos impulsa a buscar la cercanía familiar para disipar nuestras tristezas y depresiones; y, sobre todo, hace palpitar, en muchos de nosotros, sentimientos religiosos que llenan el corazón de afectos fraternales y de calidez humana.
Y es que la Navidad tiene un centro de peso milenario, pues conmemora el Milagro más frecuente y estupendo del Universo: el Nacimiento de un Niño; lo cual, no obstante que en el presente este hecho se contempla ideologizado por algunos gobiernos, sea considerado de mal gusto por otros, de pensamiento obtuso, y hasta perseguido por ciertas sociedades, organismos no gubernamentales y grupos de consignas antinatalistas, continúa siendo el único Milagro capaz de cambiarle el rostro a la Humanidad. El nacimiento de un niño seguirá siendo siempre bienvenido porque renueva la vida y el alma a las familias y porque es el signo mesiánico por excelencia.
El Adviento y la Navidad son tiempos, pues, de recordar con amor el natalicio de un niño, del Niño por excelencia, cuyo advenimiento debe hacer vibrar en cada uno de nosotros las entrañas de la misericordia. Es tiempo propicio para ejercitar verdaderamente la Caridad por mano propia o a través de organizaciones sociales, religiosas o particulares, muy cualificadas por su transparencia, que por su trayectoria merecen toda nuestra confianza, las cuales atienden, con gestos de auténtica solidaridad, los requerimientos de tantas personas realmente necesitadas de alivio material y afecto humano. Hay mil formas de hacer el Bien. Cáritas es una de esas organizaciones que goza de un liderazgo privilegiado en el entorno de nuestras Parroquias para canalizar y sublimar el altruismo decembrino hacia nuestros hermanos.
Un Himno de la Liturgia de las Horas, reza: “…del trabajo, convierte su dolor en alegría de amor, que para dar, Tú nos has dado.” Dar reconstruye el corazón; pedir sin necesitar, engorda la avaricia y la ambición.
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