PorFernando PASCUAL |
La historia de la Iglesia está teñida de momentos de luz y de tinieblas, de esplendor y de traiciones, de santidad y de pecado. Es una historia que algunos no comprenden, que otros rechazan, porque piensan que todo debería haber sido diferente.
Sí: todo pudo haber sido diferente. Pero Dios ya contaba con la libertad humana. Nadie sigue a Cristo desde un sí invariable y fijo. Ese sí se renueva cada día, a veces queda herido por el pecado, otras veces resucita desde el arrepentimiento que acoge la misericordia.
En el surco de esa historia buscamos cómo avanzar con la mirada puesta en Cristo. No queremos volver la vista hacia atrás. No queremos repetir errores del pasado. No queremos pactar con el espíritu de este mundo. No queremos claudicar ante filosofías e ideas que nos apartan del Amor.
Tenemos ante los ojos el testimonio de los santos. Hombres y mujeres débiles, con caracteres diferentes, con situaciones culturales a veces muy difíciles. Pero tienen mucho en común: supieron acoger la gracia que salva, caminaron bajo la guía del Papa y de los obispos fieles, perdonaron y pidieron perdón, buscaron vivir las bienaventuranzas.
Ese testimonio también existe en nuestros días y nos anima. No caminamos solos. Con la Virgen, la humilde esclava del Señor, y con la multitud de santos de todos los siglos, estamos en muy buena compañía. Ellos son “estrellas” y “luces de esperanza” que ilustran cómo vivir el Evangelio (cf. Benedicto XVI, encíclica “Spe salvi” n. 49).
Con la mirada puesta en Ti, seguimos en camino. Las olas arremeten contra la barca. Algunos sucumben. Otros vuelven a levantarse. Dios ofrece a todos la misericordia, y nos invita a testimoniarla con nuestra alegría y nuestro espíritu de servicio lleno de amor sincero.
Es el momento para abrir los ojos y el corazón, pedir perdón y perdonar, salir del pecado y entrar en la misericordia con una confesión bien hecha. “La noche está avanzada. El día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz” (Rm 13,12).
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