En el resumen hecho en español, el Papa observó que “el camino privilegiado que la Biblia nos señala para alcanzar una auténtica justicia es aquel en el que la víctima, sin recurrir al tribunal, se dirige directamente al culpable, apelando a su conciencia, para que comprenda que está realizando el mal y pueda convertirse”.
“Sólo así, advirtió, “el culpable, reconociendo su culpa, puede abrirse al perdón que la parte ofendida le ofrece”. Esta es la manera –afirmó Francisco– de resolver los problemas y contrastes en la familia, entre esposos o entre padres e hijos. El ofendido ama al culpable, no quiere perderlo, sino recuperar la relación desgarrada.
Finalmente, el Papa señaló que “Dios actúa con nosotros, pecadores, de la misma manera. Nos ofrece continuamente su perdón, nos ayuda a recibirlo y tomar conciencia de nuestro mal, para poder liberarnos de él y salvarnos, porque no quiere nuestra condenación sino nuestra felicidad eterna”.
Acrobacias al Santo Padre
Antes de dar por concluidos los saludos en las distintas lenguas un grupo de chicos y chicas del American Circus ofrecieron un espectáculo de acrobacias al Santo Padre.
Cuando terminaron, el Papa recordó que estos espectáculos generan belleza y que “esto no se improvisa, hay horas, horas, horas de entrenamiento. El entrenamiento fastidia”. Por eso, Francisco explicó que tal y como nos dice san Pablo, para llegar al final hay que entrenar para vencer. Y esto es un ejemplo para todos nosotros, porque “encontrar un buen fin sin esfuerzo es una tentación”. El Papa les dio las gracias por su ejemplo.
Finalmente, el Pontífice dedicó también unas palabras especiales para los enfermos, los jóvenes y los recién casados.
“Hoy celebramos a san Blas, mártir de Armenia, señaló el Pontífice. Este santo obispo –explicó– nos recuerda el compromiso de anunciar el Evangelio también en condiciones difíciles. Por eso, deseó a los jóvenes que sean “valientes testigos de su fe” y a los enfermos les pidió ofrecer “su cruz cotidiana para la conversión de los alejados de la luz de Cristo”.
Texto de la catequesis
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La Sagrada Escritura nos presenta a Dios como misericordia infinita, pero también como justicia perfecta. ¿Cómo conciliar las dos cosas? ¿Cómo se articula la realidad de la misericordia con las exigencias de la justicia? Podría parecer que sean dos realidades que se contradicen; en realidad no es así, porque es justamente la misericordia de Dios que lleva a cumplimiento la verdadera justicia. Es propio de la misericordia de Dios que lleva a cumplimiento la verdadera justicia. ¿Pero, de qué justicia se trata?
Si pensamos en la administración legal de la justicia, vemos que quien se considera víctima de una injusticia se dirige al juez en un tribunal y pide que se haga justicia. Se trata de una justicia retributiva, que aplica una pena al culpable, según el principio que a cada uno debe ser dado lo que le corresponde. Como recita el libro de los Proverbios: «Así como la justicia conduce a la vida, el que va detrás del mal camina hacia la muerte» (11,19). También Jesús lo dice en la parábola de la viuda que iba repetidas veces al juez y le pedía: «Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario» (Lc 18,3).
Pero este camino no lleva todavía a la verdadera justicia porque en realidad no vence el mal, sino simplemente lo circunscribe. En cambio, es solo respondiendo a esto con el bien que el mal puede ser verdaderamente vencido.
Entonces hay aquí otro modo de hacer justicia que la Biblia nos presenta como camino maestro a seguir. Se trata de un procedimiento que evita recurrir a un tribunal y prevé que la víctima se dirija directamente al culpable para invitarlo a la conversión, ayudándolo a entender que está haciendo el mal, apelándose a su conciencia. En este modo, finalmente arrepentido y reconociendo su proprio error, él puede abrirse al perdón que la parte agraviada le está ofreciendo. Y esto es bello: la persuasión; esto está mal, esto es así. El corazón se abre al perdón que le es ofrecido. Es este el modo de resolver los contrastes al interno de las familias, en las relaciones entre esposos o entre padres e hijos, donde el ofendido ama al culpable y desea salvar la relación que lo une al otro. No corten esta relación, este vínculo.
Cierto, este es un camino difícil. Requiere que quien ha sufrido el mal esté listo a perdonar y desear la salvación y el bien de quien lo ha ofendido. Pero solo así la justicia puede triunfar, porque, si el culpable reconoce el mal hecho y deja de hacerlo, es ahí que el mal no existe más, y aquel que era injusto se hace justo, porque es perdonado y ayudado a encontrar la camino del bien. Y aquí está justamente el perdón, la misericordia.
Es así que Dios actúa en relación a nosotros pecadores. El Señor continuamente nos ofrece su perdón y nos ayuda a acogerlo y a tomar conciencia de nuestro mal para poder liberarnos. Porque Dios no quiere nuestra condena, sino nuestra salvación. ¡Dios no quiere la condena de ninguno, de ninguno! Alguno de ustedes podrá hacerme la pregunta: ¿Pero padre, la condena de Pilatos se la merecía? ¿Dios la quería? ¡No! ¡Dios quería salvar a Pilatos y también a Judas, a todos! ¡Él, el Señor de la misericordia quiere salvar a todos! El problema es dejar que Él entre en el corazón. Todas las palabras de los profetas son un llamado apasionado y lleno de amor que busca nuestra conversión. Es esto lo que el Señor dice por medio del profeta Ezequiel: “¿Acaso deseo yo la muerte del pecador y no que se convierta de su mala conducta y viva?» (18,23; Cfr. 33,11), ¡aquello que le gusta a Dios!
Y este es el corazón de Dios, un corazón de Padre que ama y quiere que sus hijos vivan en el bien y en la justicia, y por ello vivan en plenitud y sean felices. Un corazón de Padre que va más allá de nuestro pequeño concepto de justicia para abrirnos a los horizontes ilimitados de su misericordia. Un corazón de Padre que nos trata según nuestros pecados y nos paga según nuestras culpas. Y precisamente es un corazón de Padre el que queremos encontrar cuando vamos al confesionario. Tal vez nos dirá alguna cosa para hacernos entender mejor el mal, pero en el confesionario todos vamos a encontrar un padre; un padre que nos ayude a cambiar de vida; un padre que nos de la fuerza para ir adelante; un padre que nos perdone en nombre de Dios. Y por esto ser confesores es una responsabilidad muy grande, muy grande, porque aquel hijo, aquella hija que se acerca a ti busca solamente encontrar un padre. Y tú, sacerdote, que estás ahí en el confesionario, tú estás ahí en el lugar del Padre que hace justicia con su misericordia. Gracias.+[/c]
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