Cuando se abrieron los cultos, la Virgen volvió a su Trono en un Cantamisa
Pbro. Óscar Maldonado Villalpando
San Diego de Alejandría, Jal.
Este pueblo atesora en el puño de su corazón recuerdos venerables, y uno muy señalado aconteció el 15 de agosto de 1929, cuando llegó uno de sus hijos, José de Jesús Origel Villalpando, a celebrar la primera Misa, primera por su Ordenación y primera con la que se abrían los cultos en las Parroquias después de los aciagos días de la Persecución Religiosa.
Terminó sus estudios en Bilbao, España, y allá recibió la ordenación sacerdotal el 25 de mayo de 1929, junto a varios exiliados mexicanos; entre otros, los prestigiados Sacerdotes Jesús Samaniego y Rafael Meza Ledesma, y ansiaba venir a cantar su Primera Misa a su San Diego del alma.
José de Jesús nació el 30 de junio de 1902. Sus papás fueron J. Refugio y doña Eduviges. En 1918, entró al Seminario empezando en Encarnación de Díaz. Al detonar la Cristera, estaba en la última etapa de su carrera, y por eso fue enviado a España.
Así quedó escrito lo que se refiere a este venturoso día, por el mismo protagonista. ¡Benditas letras que guardan de tal forma tales gozos! (Cfr. Cruz de Piedra. O.M.V.):
“Ya en mi patria chica, mi querido pueblito, San Diego de Alejandría, Jalisco, al cual llegue el 14 de agosto de 1929, fui recibido por sus habitantes con delirante entusiasmo y alegría en medio de aclamaciones y vivas. Allí estaban, también, los que habían sido cristeros gritando a voz en cuello: ¡VIVA CRISTO REY Y SANTA MARÍA DE GUADALUPE! (Los “Arreglos” no opacaron la victoria de los valientes).
Llegado al Templo, le di gracias a Dios por tantos beneficios y dirigí unas palabras de gratitud al pueblo. Enseguida me puse a confesar a la gente tan ansiosa de Sacramentos, pues aún no habían regresado los Sacerdotes a San Diego.
Por fin llegó el 15 de agosto, día de mi Primera Misa. Mas, ¡cuál no sería mi pesar y pena, al ver que la imagen de La Inmaculada Concepción que tanto queremos los sandieguenses no estaba en su Templo! Para librarla de las profanaciones durante la Cristera, estaba bien escondida y emparedada en la casa de don Agustín Moreno (entre la Calle Jalisco y Pedro Moreno). Me resigné a celebrar mi Primera Misa Solemne sin ese gusto y consuelo, no obstante mi ardentísimo deseo. Me acompañaban el Padre José María Juárez (toda una institución en San Francisco del Rincón) y el Padre Nacho. Recuerdo que el Padre Juárez me dijo en la Sacristía que era conveniente que la imagen de la Virgen no se trajera sino hasta que regresara el señor Cura Marcos Rivera y él la llevara a su Trono.
Empezó la Celebración; el Confiteor; estaba el Coro cantando el Gloria, cuando se notó un gran alboroto y bullicio dentro y fuera del Templo. Aplausos, repiques, vivas y lluvias de flores. Gritos jubilosos de: ¡VIVA LA INMACULADA, VIVA LA REINA, VIVA NUESTRA PATRONA! No pudo contenerse el pueblo sin ver a su Virgen. Triunfalmente, entró al Templo y subió a su Trono, echando por tierra toda pusilánime prudencia y consideración. ¡Cuál no sería mi regocijo al verla! ‘¡No querías, Madre mía, que estuviera huérfano sin tu presencia en mi Cantamisa en mi tierra natal’, le dije desde el fondo de mi alma. Las lágrimas brotaron abundantes de mis ojos. El pueblo también lloraba de alegría al contemplar de nuevo a su Madre y protectora dispensando sus favores”.
Éste es el hermoso
ángulo de aquella memorable fecha.
Hoy, debemos valorar a esos héroes del pueblo, y que todos sintamos gusto en el corazón por lo que semejantes hechos significan. ¡Por aquellos humildes cristeros que jamás fueron vencidos y que sentían claramente, que los que cayeron, los que murieron, incluso Victoriano, El Catorce, parecían galopar junto a ellos por esos modestos llanos que tienen ahora un jalón de gusto… porque Dios ha vuelto.
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