Por Fernando Pascual
Ocurre con frecuencia: dos deseos chocan en nuestra cabeza y en nuestro corazón. Lo peor de todo es que muchas veces uno excluye al otro.
Salir esta tarde a pasear o visitar a un amigo que hoy me lo pidió. Responder mensajes urgentes o terminar de lavar los platos. Seguir la dieta o concederme un pequeño gusto “peligroso”.
No todas las situaciones son iguales. En ocasiones resulta posible organizarse para hacer dos o más actividades en momentos diferentes. Pero en otros casos la contradicción es insuperable.
Porque si como esta pasta rompo la dieta. Y si salgo ahora de casa a respirar aire fresco ya no podré tener tiempo para hablar con los míos de ese problema que hoy tanto les agobiaba.
Frente a un conflicto de deseos, la mente y el corazón necesitan un momento de pausa para evaluar la situación. Además, hace falta abrirse a los demás, a quienes están cerca y a otros que, de modos insospechados, pueden depender de mis opciones.
También hay que abrirse a Dios. Porque un deseo caprichoso y egoísta daña, y mucho, mientras que un deseo serio y generoso permite abrirme al bien, la verdad, la justicia, la belleza. Si sigo el primer deseo puedo llegar al drama del pecado. Con el segundo escojo el mundo de Dios y de los hermanos.
Cada día nuevos deseos surgen en nuestros corazones. Tal vez ha empezado un momento de dudas, de preguntas, de contradicciones. Hay que optar. El error lleva a una pena interior y, en ocasiones, a dañar a otros. El acierto enciende alegrías en mi alma y en la vida de los cercanos o los lejanos.
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