ENTRE PARÉNTESIS | Por José Ismael BÁRCENAS SJ |
Hace dos años fui a España para estudiar el Master en filosofía en la Universidad de Comillas. Hace poco terminé y ya estoy de regreso en el Distrito Federal (DF), como antes se denominaba a esta ciudad. En el Aeropuerto de Barajas se aglutinaba un contingente de mexicanos, que llegó a más de 200, esperando espacios libres para volar de Madrid a la Gran Tenochtitlán. Aeroméxico había sobrevendido asientos y dejaba a pasajeros que habían adquirido la promoción de regresar siempre y cuando hubiera cupo. Este evento ayudó a contemplar, allá en la península ibérica, unas características muy mexicanas: el tumulto y las plegarias.
En la Ciudad de México vivimos más de 20 millones de habitantes. Andar en la calle es caminar entre aglomeraciones y amontonamientos. Subir al Metro o a cualquier autobús del trasporte público significa hacerse lugar, a codazos, y atravesar murallas humanas. Si un madrileño cree que ha visto atascos en la M-30 en hora punta, requiere venir al DF para sentir lo que es el tráfico en hora pico, es decir, de las 7:00 a las 21:00 horas. Y se pone peor si hay una marcha, manifestación o alguna peregrinación. Urge se inventen los coches voladores o drones que muevan más de 90 kilos, aunque ese día el DF será un avispero.
Y así, entre multitudes y hacinamientos, vivimos, nos movemos y hacemos el día a día. Ahora que he regresado, vuelvo a contemplar los contrastes que se dan en esta gran ciudad. Uno olfatea la diversidad de olores, especialmente de comida, por los puestos que hay en la calle. Nos encanta comer de pie en la acera –banqueta, decimos acá-. Uno escucha las diferencias de acentos entre el modo de hablar en el Barrio de Tepito y el de los pijos (fresas) de las Lomas, siempre gesticulando y alargando la última vocal. Uno contempla la indigencia y la pobreza, junto con la construcción de grandes edificios en Avenida Reforma. Mientras en redes sociales nos defendemos del racismo de Donald Trump, en Twitter linchamos a Alexa Moreno, gimnasta mexicana que participó en los Juegos Olímpicos de Río, por sus rasgos y complexión. Uno lee casos de corrupción de altos funcionarios y por otra parte, Misael Rodríguez, hasta ahora el único medallista en estas olimpiadas, es el caso del típico atleta mexicano que sufrió para encontrar financiamiento, a tal grado que se vio obligado a pedir dinero con un bote entre el gentío del transporte público.
Caminar por las calles de la Ciudad de México significa encontrarse con imágenes de la Virgen de Guadalupe o de San Judas Tadeo que custodian esquinas, casas o el lugar donde está el sitio de los taxis. Cada día 28 del mes se festeja, en el templo de San Hipólito, a ‘San Juditas’ y peregrinos, cargando estatuas del santo, acuden en romería. También, semanas previas al 12 de diciembre, las rutas que desembocan en la Basílica de Guadalupe están repletas de gente que acude para ver a su ‘Morenita’. Ironías de la vida, la sociedad y el gobierno se jactan de su secularidad. Desde hace décadas, en las escuelas, no hay cristos que adornen las aulas, ni hay asignaturas de religión, salvo si se estudia en escuela de religiosas o religiosos. Las universidades públicas no cuentan con capillas, como sucede en España. Sin embargo, los taxistas llevan rosarios en el espejo retrovisor de su automóvil. Los comercios y puestos callejeros, cuentan con estampitas o imágenes de San Martín Caballero, aparte de las dos más famosas antes mencionadas. Por cierto, en últimas fechas el tema del matrimonio igualitario, iniciativa de ley del actual Presidente, ha sido motivo de fuertes críticas por parte de la jerarquía eclesial. La religión sigue estando presente en varios aspectos de la vida cotidiana, aunque, con frecuencia, unas cosas son las que preocupan a quienes hablan en los púlpitos o mítines, y otros los desasosiegos que angustian a quienes se aglutinan en el Metro.
Y es aquí, en la antigua Tenochtitlán, entre tantas disparidades y semejanzas, donde lo profano y lo sagrado se conjugan. Esta ciudad, a veces derrumbada por terremotos y conquistas, sigue construyéndose y continúa expandiéndose. Lo mismo sucede con la religiosidad popular que combina la fe de los antiguos aztecas y el fervor traído de España. Desde que sale el sol, hasta que se oculta, multitudes deambulan como si fueran romerías de semana santa en Andalucía. No está demás decir que, en estas cofradías seculares, cada peregrino lleva a su vez la procesión por dentro.
PD. Alguien a quien pedí revisar este texto, me respondía diciendo que quizá tenía estilo y rastros de espiritualidad, pero que era caótico. Mi respuesta fue: Así, así es la Ciudad de México.
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