“¡La puerta de la misericordia de Dios es estrecha pero siempre abierta de par en par para todos! Dios no tiene preferencias, sino recibe siempre a todos, sin distinción”. Lo dijo esta mañana el Papa Francisco antes de rezar la oración mariana del Ángelus. El tema de la salvación a través de la misericordia se introduce desde la página de hoy del Evangelio, en la que Cristo invita a todos a “esforzarse por entrar por la puerta estrecha, porque muchos, os digo, muchos pretenderán entrar, pero no van a tener éxito”.
Con esta imagen, explicó el Papa, “Él quiere hacer entender a sus espectadores que no es cuestión de número – cuantos se salvaran –, no importa saber cuántos, sino es importante que todos sepan cuál es el camino que conduce a la salvación: la puerta”. Jesús mismo, subraya con fuerza el pontífice, “es la puerta; Él nos conduce a la comunión con el Padre, donde encontramos amor, comprensión y protección. Pero, ¿Por qué esta puerta es estrecha, se puede preguntar? ¿Por qué dice que es estrecha? Es una puerta estrecha no porque sea opresiva, no; sino porque nos exige restringir y contener nuestro orgullo y nuestro temor, para abrirnos con el corazón humilde y confiado a Él, reconociéndonos pecadores, necesitados de su perdón”.
La puerta de la misericordia de Dios, en una palabra, “¡pero siempre abierta de par en par para todos! Dios no tiene preferencias, sino recibe siempre a todos, sin distinción. Una puerta, es decir, estrecha para restringir nuestro orgullo y nuestra temor, abierta de par en par para que Dios nos reciba sin distinción. Y la salvación que Él nos dona es un flujo incesante de misericordia: un flujo incesante de misericordia, que derriba toda barrera y abre sorprendentes perspectivas de luz y de paz. La puerta estrecha pero siempre abierta: no olviden esto. Puerta estrecha, pero siempre abierta de par en par”.
Jesús, explica Francisco, “hoy nos dirige, una vez más, una urgente invitación a ir con Él, a atravesar la puerta de la vida plena, reconciliada y feliz. Él nos espera a cada uno de nosotros, cualquier pecado hayamos cometido, cualquier, para abrazarnos, para ofrecernos su perdón. Solo Él puede transformar nuestro corazón, solo Él puede dar sentido pleno a nuestra existencia, donándonos la alegría verdadera. Entrando por la puerta de Jesús, la puerta de la fe y del Evangelio, nosotros podremos salir de las actitudes mundanas, de los malos hábitos, de los egoísmos y de las cerrazones. Cuando hay contacto con el amor y la misericordia de Dios, hay auténtico cambio. Y nuestra vida es iluminada por la luz del Espíritu Santo: ¡una luz inextinguible!”.
El Papa añadió improvisando: “Quisiera hacerles una propuesta. Pensemos ahora, en silencio, un momento, en las cosas que tengo dentro de mí y que me impiden travesar la puerta: mi orgullo, mi soberbia, mis pecados. Y luego, pensemos en la puerta, aquella abierta por la misericordia de Dios que de la otra parte nos espera para dar el perdón. Un momento, en silencio, pensemos en estas cosas”.
“El Señor nos ofrece tantas ocasiones para salvarnos y entrar a través de la puerta de la salvación. Esta puerta es una ocasión que no se debe desperdiciar: no debemos hacer discursos académicos sobre la salvación, como aquel que se había dirigido a Jesús, sino debemos aprovechar las ocasiones de la salvación. Porque a cierto momento «el dueño de casa se levantará y cerrará aquella puerta» (v. 25), como nos lo ha recordado el Evangelio. Pero si Dios es bueno y nos ama, ¿Por qué cierra la puerta, cerrará la puerta a cierto momento? Porque nuestra vida no es un videojuego o una telenovela; nuestra vida es seria y el objetivo a alcanzar es importante: la salvación eterna”.
A la Virgen María, Puerta del Cielo, concluye el Papa, “pidámosle que nos ayude a aprovechar las ocasiones que el Señor nos ofrece para atravesar la puerta de la de y entrar así en un largo camino: es el camino de la salvación capaz de acoger a todos aquellos que se dejan involucrar por el amor. Es el amor que salva, el amor que ya en la tierra es fuente de bienaventuranza de cuantos, en la benignidad, en la paciencia y en la justicia, se olvidan de sí mismos y se donan a los demás, especialmente a los más débiles”.
Después de la oración mariana, Francis dice: “Me ha llegado la triste noticia del ataque sangriento que ayer golpeó a la querida Turquía. Oramos por las víctimas, muertos y heridos, y pedimos el don de la paz para todos”
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