Por Felipe ARIZMENDI ESQUIVEL, Obispo de San Cristóbal de Las Casas │
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He participado en el Jubileo Continental del Año de la Misericordia, en Bogotá, con representantes de todos los países de nuestro Continente. Además de reflexionar sobre la centralidad de la misericordia en nuestra fe cristiana, compartimos muchas experiencias de lo que se ha hecho y se está haciendo en nuestra América como expresión de esta virtud. Por grupos, visitamos más de 20 obras de misericordia que ha promovido y sostiene la arquidiócesis de Bogotá. A mi grupo nos tocó convivir con contagiados de VIH y SIDA, en dos sedes que atiende la Congregación Eudista, con adultos y con niños. Algunos tienen varios años en tratamiento, y llevan una vida casi normal; otros están recién llegados y se nota en ellos el efecto de la enfermedad. Sin embargo, todos expresan cómo el cariño y el buen trato que reciben les ha sostenido en la lucha por la vida y en la esperanza. Uno dijo: Ya hay curación para nuestra enfermedad: es el amor-amor… Dicen que lo que les sostiene es el amor que se les da, junto con el tratamiento médico, psicológico y espiritual.
En estos días, se firmaron los acuerdos de paz entre la guerrilla de las FARC y el gobierno colombiano. Estuvo con nosotros el Presidente del país y nos externó su entusiasmo por este hecho de tanta trascendencia, que todos celebramos. Después de más de cincuenta años y cientos de miles de muertos, heridos y desplazados por esta guerra interna, se avizora una nueva época para Colombia. Sin embargo, se hará un referéndum el 2 de octubre, para que el pueblo diga si acepta estos acuerdos o los rechaza. Muchos colombianos están inconformes, porque fueron víctimas de los guerrilleros, quienes les secuestraron y asesinaron familiares, les destruyeron sus bienes, y no ven con buenos ojos que ahora se les concedan unos beneficios económicos, sociales, políticos y penales que no les parecen justos. El episcopado local está trabajando por lograr una reconciliación nacional, que ha de pasar por que se cumpla la justicia y los crímenes no queden impunes, pero también por dar el paso al perdón y a la misericordia; sin esto, la sola justicia no trae la unidad que tanto se anhela.
El conflicto magisterial en México no se resuelve; al contrario, pareciera que las posturas se endurecen más. Es tiempo de pasar del solo reclamo de justicia, a muestras de misericordia de ambas partes. Misericordia del gobierno, para analizar y revisar aquellos artículos de la reforma educativa que se consideran injustos. Misericordia del magisterio, para dar clases a los niños, asumir los derechos de los padres de familia. Seguir su lucha, pero sin afectar a los alumnos.
PENSAR
El Papa Francisco nos envió un hermoso video-mensaje al inicio de nuestro Jubileo. Comparto algo de lo que nos dijo:
“Estamos insertos en una cultura fracturada, en una cultura que respira descarte. Vivimos en una sociedad que sangra y el costo de sus heridas normalmente lo terminan pagando los más indefensos. Pero es precisamente a esta sociedad, a esta cultura adonde el Señor nos envía. Nos envía e impulsa a llevar el bálsamo de «su» presencia. Nos envía con un solo programa: tratarnos con misericordia. Hacernos prójimos de esos miles de indefensos que caminan en nuestra amada tierra americana proponiendo un trato diferente.
Hoy somos invitados especialmente a un trato de misericordia con el santo Pueblo fiel de Dios, con las personas que se acercan a nuestras comunidades, con sus heridas, dolores, llagas. A su vez, con la gente que no se acerca a nuestras comunidades y que anda herida por los caminos de la historia esperando recibir ese trato de misericordia.
Aprender a tratar con misericordia es aprender del Maestro a hacernos prójimos, sin miedo de aquellos que han sido descartados y que están «manchados» y marcados por el pecado. Aprender a dar la mano a aquel que está caído sin miedo a los comentarios. Todo trato que no sea misericordioso, por más justo que parezca, termina por convertirse en maltrato”.
ACTUAR
¿Qué estamos dispuestos a hacer cada quien, no sólo para ser justos, sino también para ser misericordiosos? ¿Qué puedes hacer por tantas personas que sufren y nadie les hace caso? ¿Qué obra de misericordia podría promover tu parroquia, tu grupo, tu organización, tu familia? ¿Eres capaz de perdonar, más allá de la justicia, a quien te ha dañado, como Dios te perdona a ti?
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