De los recuerdos de don Agustín (Primera Parte)
Es un privilegio recabar testimonios, de primera mano,
de protagonistas u observadores directos de la más terrible Persecución Religiosa que se haya desatado
en toda América. De eso hace ya 90 años.
José de Jesús Parada Tovar
Mi tío Agustín Villanueva Orozco, casado por más de 70 años con una prima hermana de mi madre, transcurrió sus 107 años entre una cascada de vivencias, muy peculiares de la gente aferrada al campo, y con la singularidad de haber transitado casi un siglo completo, más los primeros 15 años del actual.
Nació en Ixtlán del Río, Nayarit, el 28 de agosto de 1908, y siempre se dedicó a las labores del campo, lo mismo en su pueblo natal que en la cercana Delegación de Mexpan, así como, varias ocasiones, siendo bracero en Estados Unidos, donde vivió sus últimos años al lado de su esposa y sus hijos. Falleció en 2015, en plenitud de facultades mentales.
Tuve oportunidad de grabarle una detallada y amena conversación, en la que aludió a La Cristiada. Y, aunque esta guerra por la libertad religiosa reconoció como foco principal el Estado de Jalisco, ciertamente influyó y permeó las Entidades vecinas, así haya sido a menor escala pero con la dolorosa experiencia general de la suspensión del culto. He aquí textualmente su remembranza:
“Hubo dos Cristeras. En la primera, durante el período de Calles, se cerraron los templos; no había Religión ni se podía mentar a Dios. Los Padres andaban todos distraídos, ¡si hubieras visto! El señor Cura Tiburcio Grande, que era de Jomulco (pueblo pegado a Jala, en las faldas del Volcán del Ceboruco), andaba con una petaca llena con manojos de hoja, pa’ fin de poder entrar a Ixtlán. Así, de golpe, la gente no lo reconocía.
“El señor Cura de Ixtlán, Justo Barajas Miranda, se vino a Estados Unidos, junto con el Obispo de Tepic, Manuel Azpeitia Palomar. Ese Pablo Ramírez, ¿no lo has oído mentar?, el hermano de don Ángel Ramírez, el herrero, persiguió mucho al señor Cura Barajas; quería desterrarlo de Ixtlán. Fue un hombre de lo más malo para el pueblo; él y don Julio Aguiar, el que tenía la fábrica de aguas gaseosas que hacía.
“Yo no anduve en eso porque era solo, vivía de arrimado. Ese Calles hizo lo que quiso. Mira, no es cosa de que uno cuenta lo que no, pero todos esos creyentes de Calles, al que mentaba a Dios querían apaciguarlo, querían hasta matarlo.
“Cuando recién La Cristera, andaban en Mexpan porque toda la gente acostumbraba rezar el Rosario. La gente de más antes, las madres de uno, estaban moliendo en el metate y rezando el Rosario con los hijos, hincados a un lado. Bueno, en mi caso no, porque mi madre y yo, como éramos solos, se la pasaba moliendo ajeno; no se daba tiempo de rezar y terminaba diario muy afatigada.
“Pero había un vecino, don Eligio, que tenía un grupo de jóvenes, al que iba yo, y diario nos daba la Doctrina. También iban seguido de Ixtlán a dar Doctrina: don José Parra, y tus tíos, don Juan Parada y don Hermenegildo Ballesteros. Conocí a tu papá, don Jesús Parada Escobedo, cuando venía a tocar la Misa. Nada más había una Misa cada mes en Mexpan porque no había con qué pagarle al Padre y al cantor, más que con lo poquito que se juntaba de limosna. Pancho, tu hermano mayor (bautizado y apadrinado por el Padre Grande en la clandestinidad, por la Persecución), también tocaba y cantaba cuando estaba muchacho, como éstos que tienes tú ahora. Cantaba bien. Iba el señor Cura y le respondía todo bien. Seguro no le gustaría eso, y mejor no se dedicó a cantor”.
Otros contextos
El Médico y Boticario de Ixtlán del Río, Juan Parada Escobedo, además de sus apostólicos y atinados servicios de salud entre toda clase de personas, y de su don de gentes, era muy reconocido en el pueblo por su acendrada vida cristiana, al grado de que la Jerarquía le confió, en esos tiempos aciagos, la guarda de la Reserva del Santísimo Sacramento en su domicilio particular, y la recatada distribución de la Sagrada Comunión, aparte de que unió en matrimonio cristiano, como testigo calificado, a no pocos cónyuges.
A su vez, su hermano Jesús, a la par de organista y cantor, era empleado federal de la Administración de Correos, lo que le valió evadir la cárcel como escarmiento por enviar a sus hijos a la Escuela Parroquial. Adicionalmente, como cartero, se las ingeniaba para despachar o entregar correspondencia que circulaba entre Cristeros o familias que secretamente los ayudaban o asistían. Ello era factible mediante una insignificante seña, apenas visible en el sobre de la carta, y sólo identificable por los interesados.
Don Agustín Villanueva Orozco, remembranzas para Semanario: “Al que mentaba a Dios querían apaciguarlo, querían hasta matarlo”.

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