Pbro. Lic. José Marcos
Castellón Pérez
El presidente de Estados Unidos, uno de los dos países más contaminantes del mundo, anunció en días pasados que su nación deja el “Acuerdo de París” por considerar que se trata de una retórica ecologista mal intencionada contra el desarrollo económico de Norteamérica. Este acuerdo fue negociado en noviembre del año de 2015, en el marco de la XXI Conferencia Sobre Cambio Climático, con el compromiso de los países firmantes de reducir la emisión de gases de efecto invernadero, a fin de mitigar el calentamiento global, causado por la acción del hombre. Se trata, en cierta manera, de darle permanencia al “Protocolo de Kioto” firmado en 1998 por muchos países, entre los que no se encontraba nuestro vecino del Norte.
En la mayoría de estudios científicos serios se considera que el cambio climático, además de ser causado por los ciclos atmosféricos propios, es el efecto de una mala gestión del hombre sobre la naturaleza y, por tanto, tiene una dimensión ética. El Papa Francisco en su profética encíclica Laudato sii (23-26) nos advierte que “es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad”. Sin embargo, también el Papa señala que este problema es desestimado y se busca enmascarar los problemas u ocultar los síntomas, especialmente por los que pueden ver sus intereses económicos en peligro, como lo demuestra la insensible postura del mandatario norteamericano.
Las soluciones al problema del cambio climático y, en general a la cuestión ecológica, tienen mucho que ver con lo que se ha llamado “ecología humana”, propuesta por el Magisterio eclesiástico, que rebasa la mera aplicación científico-técnica de remedios paliativos, así como la filosofía biocentrista de la “ecología profunda”, que coloca al hombre no como la cúspide de la creación, sino como un ser más entre otros muchos y del que se puede prescindir en cierta medida. La ciencia y la técnica nos pueden suministrar máquinas menos contaminantes, pero así sólo se está atacando los síntomas, pero no la raíz, es decir, el corazón del hombre para que tome una decisión ética a favor de la vida y del respeto por la creación; por otra parte, el biocentrismo de la “ecología profunda” paradójicamente a su propósito, al negar la primacía del hombre sobre el mundo, le está quitando también la responsabilidad ética de cambiar el rumbo y optar por un desarrollo sustentable que respete la dignidad de las personas y la armonía de la creación.
Como imagen y semejanza de Dios, los seres humanos hemos recibido la tarea de gestionar los bienes de la creación para que sean destinados a satisfacer las necesidades de todos los hombres, considerando también que esta riqueza le pertenece a las futuras generaciones, con las que tenemos una grave responsabilidad solidaria. Nosotros hemos de buscar, a partir de la ecología humana, soluciones concretas que reviertan los efectos negativos de nuestra relación con la naturaleza.
Otro de la nueva generación
Roberto Borge Angulo, ex gobernador de Quintana Roo, integrante de la “nueva generación de gobernadores” que en su momento presumió el Presidente de México, Enrique Peña Nieto, se suma a la lista de egresados del poder e ingresados a la orfandad política. En este ámbito nada es coincidencia, y para el juicio popular llama la atención que su aprehensión en el aeropuerto internacional de Tocumán, Panamá, antes de abordar un avión con destino a París, Francia, sucediera y se publicitara la noche de las elecciones en el momento en que la sombra de la sospecha cubría el resultado de las realizadas en el Estado de México. Borge afina la lista de los Duarte (Javier y César), Medina… que desde la visión presidencial estaban llamados a ser distintos y acabaron igual o peor que los de otras generaciones. ¿Habrá alguien más en este elenco?
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