El sutil encanto de la dictadura

Pbro. Lic. Armando González Escoto

En la historia de México hemos tenido tres tipos de dictaduras: las dictaduras personales, como la del general Santana o la del general Porfirio Díaz, las dictaduras de partido, cuando por muchísimos años un solo partido se adueñó del país de manera ininterrumpida y por todas partes, y las dictaduras a trasmano, cuando un ex presidente se empeña en seguir manejando los destinos de la nación por medio del mandatario en turno.
Todas estas dictaduras dejan beneficios diversos porque aún el dictador más torpe sabe que hacer obras importantes y benéficas para la gente es un recurso para neutralizar a sus potenciales enemigos. Sin embargo el daño siempre ha sido mucho mayor. Las dictaduras tiene como primera consecuencia hacer pasiva a la sociedad, pues sabiendo que su opinión y voluntad de nada sirve ni cuenta a la hora de tomar decisiones, cada vez la gente se aleja más de sus compromisos ciudadanos. Las dictaduras reprimen de igual modo el libre ejercicio del pensamiento gracias a lo cual la gente deja de pensar y de pensar críticamente, primero deja de decir lo que piensa porque sabe que eso puede traerle malas consecuencias, para después dejar incluso de pensar al ver lo inútil y aún peligroso que resulta hacerlo. Las dictaduras desalientan el compromiso y la participación del ciudadano porque a fin de cuentas solamente el dictador sabe lo que ha de hacerse y sólo él puede hacerlo.
Pero existe un daño aún mayor: toda dictadura acaba corrompiendo a la sociedad. El dictador sabe que conservar el poder requiere beneficiar, sobornar, chantajear, amenazar, sobre todo cuando la dictadura se ejerce con la apariencia de la democracia, pues mantener esa apariencia exige involucrar a muchas personas en acciones turbias, ya que alguien tiene que falsificar los votos, perder las boletas, embarazar las casillas, alterar los resultados, ofrecer regalos, fingir que no vio nada, enviar amenazas, establecer pactos secretos, ofrecer protección, llevar las despenas, los materiales para construcción, los bonos y las tarjetas; siempre son muchos los que deben participar en la escalada de corrupción que la dictadura provoca, los que se dan cuenta de que es así como hay que proceder en todo.
Pero al margen de estas consideraciones hay un hecho de fondo, el mexicano con mucha frecuencia y como efecto de algún tipo de tara psicológica tiende a ser dictador apenas le dan la menor responsabilidad, y eso supone buscar inmediatamente el modo de perpetuarse en el cargo por medio de cuanto recurso legal y sobre todo ilegal encuentre, y ejercerlo con prepotencia lo mismo si lo hace con el gesto amenazante de Pedro Armendáriz, que con la engañosa sonrisa de Sara García. Cabría pensar que para que exista, se prolongue y se fortalezca esa tendencia dictatorial en México se necesita igualmente un determinado tipo de sociedad carente y deseosa de la dictadura, una sociedad infantil, inmadura que no puede vivir de otra manera, una sociedad que no logra asumir su responsabilidad en la construcción de su propio destino, razón por la cual lo sigue dejando en manos de otros, sea cual sea el partido a través del cual la dictadura se perpetúa.

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