La Palabra del Pastor
Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara
Hermanas y hermanos muy apreciados:
Por más que nos esforzáramos, jamás podríamos, por nuestras propias fuerzas, conocer el misterio de Dios. Lo que conocemos de Él lo sabemos porque Dios mismo nos lo ha querido decir. Se nos ha revelado desde el principio de la Historia como un padre poderoso para hacer todo lo que existe, y dentro de todas las obras de la Creación, la más querida por Él es el ser humano.
Cuando éste se apartó de Dios, Él se mostró como Padre compasivo, misericordioso y fiel. Es un Padre que no se olvida de sus criaturas, por más que se porten mal.
Todavía más. No sólo se manifiesta como Padre amoroso y fiel, sino que su amor llegó al grado de enviarnos a su propio Hijo, para que se hiciera verdadero hombre, y participando de nuestra humanidad, Dios nos participara su vida divina. Eso que hizo fue el amor que se tienen, que es el Espíritu Santo.
Ésta es la manifestación de Dios. Él no es un ser solitario, egoísta, sino que es una familia, una comunidad de tres personas, y estas tres divinas personas se comunican entre sí toda la plenitud de la vida y toda la plenitud del amor. Esto es el misterio de Dios en sí, y quiso manifestarlo a nosotros, quiso abrazarnos en su misterio de amor. El Padre ama a su Hijo, y en Él nos ama a nosotros. Así, nosotros también somos hijos del Padre.
El que hace que entremos, pobres criaturas, en el misterio de amor infinito del Padre, es el Espíritu Santo. Esto es lo más grande para nosotros. El misterio de Dios nos envuelve.
Con toda verdad podemos decir que Dios es nuestro Padre, que Cristo es nuestro hermano, que Jesús nos participa su mismo Espíritu. Cuando fuimos bautizados fue en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y desde ese día, el misterio de la Santísima Trinidad, vino a habitar en nosotros.
Ésta es la razón por la que, los cristianos, todo lo iniciamos y lo concluimos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, por lo que estamos destinados a participar, un día, de la plenitud de este misterio.
Hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios, de tal manera que no estamos hechos para nosotros mismos, sino para participar a los demás la vida, para comunicar a los demás el amor, y también para recibirlo. Por eso, el egoísmo, por tanto, no es cristiano, ni el individualismo. Hemos sido hechos para la vida en comunidad, en familia. Hemos sido hechos para pensar en el otro, para entenderlo, para atenderlo, y para recibir del otro las bondades que nos quiera participar.
Somos también partícipes del misterio de comunión y participación. Estamos hechos para la fraternidad, para la comunidad, no para la indiferencia. Solo se siente aislado el que renuncia a este don de participar de la vida y del amor de las tres divinas personas, y aquel que renuncia a la vida en comunidad.
Yo les bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
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