Diálogo con un seminarista en la víspera de su admisión como candidato a las
Carlos Nava Flores
4º Teología
La noche previa a su admisión como candidatos para las órdenes sagradas, los seminaristas, inquietos, se preparan e intentan dominar su emoción, están alegres por el compromiso que harán con Dios y la Iglesia de llevar una vida de oración y de entrega generosa, según las exigencias de Cristo Buen Pastor. Los muchachos se encuentran muy ilusionados reafirmando ese sí que le dieron al Señor cuando entraron al Seminario de Guadalajara.
Cada alumno antes hizo una carta de petición al Obispo, tras pasar el escrutinio de los padres formadores, que examinaron su vida espiritual, pastoral, humana e intelectual. Desde ese momento los seminaristas se encuentran nerviosos, esperando el resultado, otros con mayor tranquilidad confiando en Dios, que su respuesta al llamado al sacerdocio ha sido buena. Son llamados uno por uno por el Vice-Rector del Seminario para informarles el resultado. Al ser aceptados los candidatos ya son candidatos oficiales a las Órdenes Sagradas, la última etapa de su formación será más integral, necesaria para poder recibir los ministerios del lectorado y el acolitado y posteriormente el orden del diaconado y presbiterado, según ordena Las Normas y Ordenamiento Básicos de los estudios para la formación de los candidatos y el Código de Derecho Canónico números 1016, y 1019.
He entrevistado a uno de los seminaristas que recibiría la Admisión
¿Cómo te fue en tu retiro? ¿Qué pasa por tu mente? Como en todos los retiros me he dispuesto a ese encuentro con Dios que el Padre Úrsulo (Flores) nos invitaba, con el tema que fue breve, y que trató de que contempláramos el misterio de la vocación, hablando de grandes personajes del Antiguo Testamento como nuestro Padre Abraham, de Moisés, de Isaías y del Nuevo Testamento, la vocación de los discípulos de Jesucristo. Nos compartió este modelo de vocación a través de la historia que Dios ha hecho. El Padre nos pidió que nos identificáramos con un pasaje de la Sagrada Escritura, y en particular el don de la gracia y lo que significa ser admitido a ésta vocación. Me identifique con una frase el Evangelio de San Marcos 10, 21. Jesús lo miró con amor (al joven rico). Me hizo sentir la certeza de quien nos llama es Dios y no mis seguridades humanas. Yo sentía antes que Dios nos tenía que rectificar el llamado, pero no es así porque él nos mira e invita con una mirada amorosa desde el principio. Adquirir así la responsabilidad y la gracia que vamos a recibir es más fácil con su seguimiento. Dios no llama en lo espectacular, sino en una mirada que penetra todo nuestro interior. Nos da el empuje para poder seguir adelante.
Ya por la noche, después de arreglar todos los preparativos para la convivencia, tengo un sentimiento de gratitud, y de ser bendecido por Él. Así puedo ver que en todos los pequeños detalles, en mis planes y en mi vida miro la mano de Dios.
En estos momentos recuerdo mis pasos vocacionales antes de entrar al seminario, le decía a Dios: con quien tú quieras, como tú quieras, y en donde tú quieras, y esa voz de Dios que en la oración escuché me trajo al seminario y a recibir con gratitud el don de ser admitido como candidato a las órdenes sagradas.
Pensando también en mi año de servicio pastoral que tomaré con gran alegría y dispuesto a servir me encomiendo también a la oración de las personas que me han acompañado en este caminar al sacerdocio.
El compromiso de ahora en adelante será en la fidelidad, la docilidad; buscando ahora con mayor fuerza la fraternidad -como la de Jesús con sus discípulos- no de un trato de pura formalidad, sino de auténtica amistad. Cuando regrese al Seminario mi compromiso como admitido es ser diferente buscando ser mejor persona, mejor cristiano, ser más paciente y vivir en fraternidad con todos mis hermanos.

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