¿Perdonar y olvidar?

La Piedra en el Zapato

“El perdón no es una negación del error sino una participación en la curación y el amor transformador de Dios que reconcilia y restaura”. Pacem in Terris, Benedicto XVI

Fernando Díaz de Sandi Mora

Hay palabras que parecen estar divorciadas, conceptos que nuestra mente limitada por el ego, los prejuicios y sobre todo un orgullo mal entendido, se miran lejanas, apenas de reojo, son palabras que el solo pensamiento humano y el propio instinto de supervivencia rechaza.
Visto desde la psicología y la neurociencia, el mismo cerebro registra una huella indeleble ante un proceso desagradable provocado por otra persona. Cuando hace algo que nos duele, nos lastima o nos daña, nuestro cerebro registra el dato, y censura y boletina a aquél que nos ha hecho pasar un momento lastimoso en la existencia. Es una resistencia mental para protegernos de alguien que ha sido documentado como nocivo o riesgoso para nuestra integridad mental, emocional o hasta física.
¿Cómo podemos entonces lograr el beneficio y las bondades de un auténtico perdón?
El perdón es un auténtico prodigio de una interacción del pensamiento y las emociones. Sólo la fuerza poderosa del amor es capaz de generar esa situación que pareciera anti natural: perdonar a aquel que nos lastima, sin venganza, sin rencor, sin una mancha que nos impida volver a verlo como lo que es: un ser como yo, alguien perfectamente imperfecto, una obra en construcción que vive, al igual que yo, “en la casa del jabonero…”
El perdón se construye desde una consciencia clara de lo que somos: cada ser humano libra una batalla interior, ha pasado por experiencias que han conformado su personalidad, además de las situaciones presentes a las que cada persona responde. Todos estamos improvisando en la vida, todos tenemos el bendito derecho al error que nos puede llevar al aprendizaje. El sano olvido ante los hechos que nos ofenden consiste en abandonar los deseos de venganza, dejar de lado las actitudes insanas del rencor como ignorar a la persona, mirar con desprecio, negarse ante las disculpas que el ofensor ofrece, etc.
Cuando perdonamos, convertimos aquella acción en una lección de vida, tan clara y fuerte, que hasta es digna de agradecer a nuestro ofensor, quien se ha convertido en nuestro maestro de vida y nos enseña cómo no se hacen las cosas, nos ayuda a practicar la tolerancia y nos da la oportunidad de parecernos a Dios, en la forma de amar y perdonar.
Cuando entendemos al otro, ya ni siquiera es necesario perdonar…

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