Jesús, hombre libre

Juan López Vergara

El día de hoy, nuestra Madre Iglesia ofrece un bellísimo pasaje del Tercer Evangelio, que muestra la incuestionable responsabilidad de Jesús con el Proyecto del Padre, y lo comprometedor que significa para cada uno de nosotros seguir al Señor (Lc 9, 51-62).

CLARIDAD DE DESTINO
San Lucas da inicio a la sección más importante de su obra: “El gran viaje de Jesús a Jerusalén” (9, 51 – 19, 27). El primer versículo de esta sección central conserva un modismo que, literalmente, dice que Jesús “endureció el rostro”. Es decir, que se afianzó en su voluntad de emprender el camino con rumbo a la Ciudad Santa, donde tendría verificativo su Pasión-Resurrección, pues “conviene que hoy y mañana y pasado siga adelante, porque no cabe que un Profeta perezca fuera de Jerusalén” (Lc 13, 33; compárese 18, 31-34).
El Evangelista destaca que aquel viaje empezó con una decisión libre por seguir el Proyecto del Padre: “Cuando ya se acercaba el tiempo en que tenía que salir de este mundo, Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén” (v. 51). “Lo específico de Jesús -enseña González de Cardedal- no es sólo su Doctrina y su comportamiento moral, sino también, y sobre todo, la excelencia humana de su propia Persona: su libertad, su autoridad, su simplicidad de mirada, su atención a los hombres, su claridad respecto del propio destino, su relación con Dios”.

EL EVANGELIO SE EXPONE, JAMÁS SE IMPONE
Jesús, enseguida, envió a algunos de los suyos para que le procuraran alojamiento en un pueblo de samaritanos; pero fueron rechazados, porque los aldeanos se percataron de que Jesús iba a Jerusalén (véanse vv. 52-53). Santiago y Juan, muy indignados, propusieron a su Maestro: “Señor, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos?” (v. 54). Pero Jesús, aún más indignado por la vengativa reacción de sus discípulos, “se volvió hacia ellos y los reprendió” (v. 55). Y continuaron su camino (véase v. 56). Lucas muestra dos profundas verdades: la venganza no debe ocupar sitio alguno en el caminar cristiano, y el Evangelio jamás y por ningún motivo se debe imponer.
Nuestro Pastor enseña: “Otra característica del Amor de Cristo es que es universal. No ama sólo a los que lo aman ni sólo a los que hacen el Bien. Ama a todos y nos pide que amemos, incluso, a nuestros enemigos, a los que nos hacen el Mal, a los que no nos quieren bien” (Cardenal J. F. Robles, “Características del verdadero amor”, en Semanario, 1/mayo/2016, Pág. 3).

“SÉ BIEN EN QUIÉN TENGO PUESTA MI FE”
Los versos siguientes debemos leerlos con una actitud contemplativa de Fe en el Señor, dispuestos a escucharlo, sin pretender domesticar sus severas exigencias (véanse vv. 57-62). Entre ellas, sorprende, la que Lucas colocó al centro, y con la cual Jesús respondió a uno al que había convidado a seguirlo. Este invitado pidió a Jesús que le permitiera primero ir a dar sepultura a su padre. Jesús, entonces, le ordenó: “Deja que los muertos entierren a los muertos. Tú ve y anuncia el Reino de Dios” (v. 60; compárese con I Re 19, 20).
Decidirse por Jesús no es fácil; nunca lo ha sido. Sin embargo, para quien conoce al Señor, hasta sus exigencias son liberadoras, como sucediera al Apóstol Pablo, quien exclamó: “Porque yo sé bien en quién tengo puesta mi Fe” (II Tm 1, 12).

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