Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara
Hermanas y hermanos muy apreciados:
A través de su Palabra, Jesucristo quiere enseñarnos tantas cosas, que si las atendiéramos, nuestra vida sería mucho mejor: feliz, plena, agradable y productiva.
Uno de tantos temas de los que recibimos formación del Maestro se refiere al aprovechamiento del tiempo. ¿Cómo? Jesús nos dice que estando atentos y vigilantes, porque Él está viniendo a nuestra vida, y va a venir al final de los tiempos. No viene para amenazarnos o castigarnos, sino para amarnos, consolarnos, darnos aliento. Pero si no estamos atentos a su presencia cotidiana y a su llegada al final de los tiempos, ni siquiera vamos a percatarnos de que está presente.
Hay personas que viven esperando a Jesús con miedo, porque piensan que va a venir a reclamarnos y castigarnos. Hay otros que esperan a Jesús de una forma pasiva, como esperando con las maletas en la puerta de su casa. Se mantienen sentados, inactivos.
Nuestro Señor quiere que nos mantengamos en la espera, pero activos, trabajando para mejorar nuestra vida y la de los demás. Nos enseña que la existencia se nos da para hacerla amable, feliz, productiva, no para estar con los brazos cruzados, aguardando que alguien nos resuelva las cosas.
Quiere encontrarnos trabajando en favor de su Reino, construyendo la justicia, la solidaridad, la fraternidad, la preocupación por los más pobres y los enfermos; construyendo un mundo más habitable y amable para todos. Que nada impida trabajar en favor de su Reino, con la lámpara encendida; es decir, con la Fe y el ánimo bien puestos.
Viene por medio de las personas con las que nos encontramos en la vida, a través de los acontecimientos del mundo y los locales. Viene a enseñarnos a vivir, no para llenarnos de miedo, porque nos quiere felices, realizados, seres humanos, hermanados, solidarios, productivos en favor de su Reino.
¿Hay campo de trabajo? Con ver a la familia, sabemos que lo hay, y mucho. Si cada familia luchara por estar en paz, superar dificultades, ser solidaria, divertirse en común; si cada uno, en su propia familia, se empeñara por vivir y trabajar estos valores, sería suficiente.
¡Cómo necesita la familia esa atención y esa participación de todos sus miembros! Me refiero a todos los núcleos que viven como familia (papá, mamá e hijos: madres solteras con sus hijos; abuelos que cuidan sus nietos), entendiendo que el ideal es la Familia de Nazareth. Pero la realidad nos presenta familias sin alguno de ellos (padre, madre o ambos).
Dios nos convoca a darnos aliento y esperanza, sobre todo cuando se ciernen sobre la familia tantas ideologías que quisieran acabar completamente con ella. Estemos atentos a esos movimientos culturales, a esas propuestas engañosas que van al núcleo de lo esencial como Humanidad.
No esperemos tener una Sociedad sana cuando destruimos su base: la Familia. Es una falsa ilusión. Una Sociedad vigorosa y sana depende del trabajo que se haga por las familias, cuando les hayamos ofrecido lo que necesitan para vivir su vocación.
Que no nos acomplejen queriendo hacernos sentir que somos retrógradas, de otro tiempo, que ya no correspondemos a la modernidad. Destruir la Familia es un falso ideal. Si se destruye la Familia, la Humanidad no tiene futuro.
Yo los bendigo en el Nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo.
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