Coyuntura
Pbro. Tomás de Híjar Ornelas
Cronista de la Arquidiócesis
El octavo arzobispo de Guadalajara, don Juan Jesús Posadas Ocampo, originario de Salvatierra, Guanajuato (1926) y presbítero del clero de Morelia antes de cumplir 24 años; obispo de Tijuana a la edad de 43 (1970) y de Cuernavaca (1982), antes de serlo de Guadalajara (1987), sede que le valió la púrpura cardenalicia (1991), fue alevosamente asesinado el 24 de mayo de 1993, en el aeropuerto internacional de Guadalajara, sin que la versión oficial de esos hechos se haya aclarado de forma satisfactoria.
La novela sobre el asesinato del Cardenal Posadas
Con tal divisa, el periodista tapatío Diego Petersen Farah arropa este tema para la trama de su segunda y recién publicada novela que bajo el título Casquillos negros recrea desde la ficción literaria la insólita muerte, veinte años después, de dos personas directamente implicadas en ese lance: un agente de seguridad especializado en entorpecer las investigaciones judiciales alterando las evidencias de los hechos sangrientos y el sicario que ejecutó al prelado por órdenes directas del militar de mayor rango en Jalisco en ese entonces.
Trama y tramoya
Una lectura atenta de Casquillos negros, que consta de 248 páginas divididas en 50 apartados y un epílogo, ponen de manifiesto el esfuerzo de su autor por adentrarse en la psique de sus personajes, engastados en la negrura de un destino teñido o tamizado por la venalidad, a propósito de un suceso que cimbró la historia local dejando al descubierto una llaga que sigue supurando: la corrupción instalada en las estructuras de gobierno en México y la forma ingenua o dolosa en la que algunas personas, bajo los más especiosos títulos, se han involucrado en ella.
A medias entre la novela negra y el thriller, lo que el texto no aporta al discurso de la literatura mexicana sí alcanza, en cambio, el de testimonio de una era marcada por la acidez y el pesimismo ciudadanos para quienes el Estado de Derecho sólo subsiste en el papel y el Sistema de Derecho se reduce a prácticas deleznables y denigrantes donde la moneda corriente son el soborno, la complicidad y el clientelismo.
El hilo conductor
Aunque Petersen Farah afirme no ser la suya una historia novelada del “Caso Posadas”, sí son los hechos en los que esta se dio los que le llevan a poner en la mira de su interés al gobierno y a la Iglesia tanto como a los grupos que de forma paralela y oportunista han hecho del crimen organizado y la extorsión una forma de vida: los narcotraficantes, los altos mandos del Ejército y la Procuraduría General de la República.
La versión de Casquillos negros, sostenida y documentada en 1996 por Fernando M. González en el libro Una historia sencilla: la muerte accidental de un cardenal, sostiene que a don Juan Jesús Posadas Ocampo le mató personal del Ejército Federal el mismo día en el que se habría visto orillado a intervenir en una fracasada entrevista para pactar un armisticio entre los capos de la droga Joaquín Guzmán Loera y los hermanos Arellano Félix, presionado por un presbítero del clero de Tijuana que seducido por el dinero fácil, se involucró con ellos en el desempeño de su ministerio, circunstancia que orilló -sigue suponiendo la novela- un acuerdo entre el Nuncio Apostólico de ese tiempo, el arzobispo Girolamo Prigione y el Presidente Carlos Salinas de Gortari, para mantener la versión “oficial” de la muerte del mitrado tapatío con tal de no involucrar en el caso a la Iglesia y al Estado.
El soporte literario
Más allá del tema y su contenido, el libro en cuestión revela también la postura personal de su autor, que sus motivos tendrá para escribir como lo hace bajo premisas que resumen estas palabras de uno de sus personajes: “a la Iglesia no se le puede salvar, nadie la puede salvar de sí misma, pero tampoco se le puede hundir”.
Casquillos negros, como ejercicio de la libertad de expresión en México, es un espejo de la sordidez de una sociedad cuyo individualismo se cae a pedazos y un fragmento más de la aparatosa ruina del “sistema político” mexicano.
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