Otro libro mío que saco a la luz: La tempestad de Dios



















Hoy os voy a regalar a todos una nueva novela mía. Se titula La tempestad de Dios. El libro presenta a un Franco anciano en un sillón de El Pardo, tras la muerte de Carrero Blanco. Un dictador que va recordando su vida. El libro es eso y sólo eso: un anciano recordando su vida. Como es lógico da su versión de los hechos y las personas. Pero se trata de una biografía centrada en los pequeños detalles de una existencia, no en narrar los hechos históricos. La narración de los grandes hechos no interesan a la esta novela, sino la persona, el ser humano. Mi propósito fue escribir una especie de Memorias de Adriano, sólo que escrito con la voz de Franco.
Esta novela la escribí hace más de doce años, pero es la única que no me he atrevido a publicar. Tenía un justificado temor a que me calificaran como un cura de derechas. Cuando la realidad es que podría haber escrito la misma novela centrándome en la persona de Durruti. Haber construido la misma novela con Buenaventura Durruti como protagonista no me hubiera hecho anarquista.
Sin duda nadie me hubiera tildado de izquierdista por haber escrito esa otra novela. (Si tuviera tiempo, desde luego, me seguiría gustando escribirla.) Pero los fanáticos sí que me tildarán de derechista por haber escrito una novela sobre Franco.
¿Por qué un sacerdote tiene que escribir sobre este tema? Los que lean el libro comprobarán que, ante todo, es un libro acerca de la religión.
¿Por qué la publico ahora después de trece años? Porque estoy seguro de que dentro de pocos años ya no podré publicarla. No tengo la menor duda de que este libro pasará a estar prohibido por las leyes. Estoy seguro de que éste será uno de los libros que tendré que retirar de la Biblioteca Forteniana a no ser que quiera recibir una multa.
Una última cosa, el primer capítulo de esta novela son de las mejores páginas que he escrito en mi vida. Eso sí que fue inspiración arrolladora. Me acuerdo de esa lejana noche de verano en la que tecleaba y tecleaba a toda velocidad (escribo muy rápido) sin dejar de llorar. Fue, en verdad, un primer capítulo épico.
Como siempre, aquí:

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