La Palabra del Pastor
Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara
Hermanas y hermanos muy apreciados:
Una vez cumplida su misión, Jesús regresa a la Casa del Padre, su lugar, porque es Dios, como el Padre y como el Espíritu Santo.
Sube a los Cielos y deja a sus discípulos, a su Iglesia, a la comunidad de sus creyentes, en la Tierra. No los abandona, pero sí les encomienda realizar su misión, como cuando estuvo aquí entre nosotros.
El Señor nos invita a que no dejemos nunca de mirar nuestro destino, nuestra meta. Estamos destinados a estar, un día, donde está Jesús. Decimos “el Cielo”, pero para muchos, dados los adelantos científicos, Cielo no significa lo que para nosotros, los creyentes. Para algunos, significa el espacio, a donde van todas las naves exploratorias de las grandes naciones, por ejemplo. El Cielo no nos parece, por lo tanto, atractivo; deja de ser importante para nosotros.
Sin embargo, esta experiencia de Jesús, de subir al Cielo, a la derecha del Padre, nos hace recobrar su verdadero sentido.
Para nosotros, creyentes, mirar al Cielo significa mirar a Jesús. Aspirar al Cielo significa alcanzar la meta que alcanzó un día Jesús; luchar en esta vida por ir al Cielo significa hacer en esta Tierra las obras que hizo Jesús.
Antes de ir al Cielo nos enseñó a amar a Dios, por encima de todas las cosas, y nos enseñó a amar a todos, especialmente a los más necesitados, incluso a nuestros enemigos.
Para ir a la derecha del Padre, Jesús hizo un camino de amor, de servicio, de misericordia, de justicia, de compasión para con todos. Si nosotros anhelamos el Cielo, mientras dure nuestra peregrinación en esta Tierra, tenemos que estar aplicados haciendo las obras que hizo Jesús.
Si queremos ir al Cielo, tenemos que cumplir la misión que Él nos enseñó. ¿En qué basa su misión?
En su poder. Pero no es el poder de las armas, ni de la fuerza física, ni del dinero, ni de la política, es el poder de la verdad y del amor.
La verdad es que Dios nos ha amado en su Hijo Jesucristo, y nos ha destinado a vivir eternamente con Él. Ésta es la verdad y éste es el poder de la verdad. Si queremos alcanzar la vida eterna, tenemos que dejarnos amar por Dios, nuestro Padre, y tenemos que amar como Cristo no amó.
El poder de la entrega, del servicio, de la caridad. Éste es el poder con que Cristo nos envía, y añade que estará con nosotros hasta el fin del mundo.
Si nos aplicamos a esta misión, estaremos acompañados con el poder del Espíritu, el cumplimiento de su promesa.
Cristo está en la pobreza de nuestra vida y de nuestro caminar. Ha unido el Cielo con la Tierra, inseparablemente. Están unidos en Cristo, que es Dios, como el Padre, pero que se hizo hombre, como nosotros. Nos traza el camino que estamos llamados a recorrer, y nos indica la meta.
Yo les bendigo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu santo

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