Román Ramírez Carrillo
Unos meses antes del día del Padre del año 2015, mi mama me pidió que escribiera algo sobre él, pues me dijo: “A tu padre, le debo ser madre, no a ustedes”.
De niño, me gustaba comer del plato de mi padre. Comíamos con gusto y risas, después esa costumbre la perdimos. Los problemas, empezaron a angustiar y a alejar a mi padre. Pero nunca se fue a trabajar de bracero. Recuerdo que mi padre nos cargaba a mí y a mis hermanos sobre sus hombros, por encima de él, para que pudiéramos ver el mundo… como para que nos salieran las alas.
Se escribe sobre el padre, para cantar la nostalgia de su presencia. La muerte del padre es el primer paso de nuestra muerte, porque le da claridad a nuestra vida, y cuando nuestro papá muere, vemos el mundo en su verdadera dimensión. La admiración que un hijo siente por su padre, en buena medida está marcada por la transmisión de sus experiencias de vida.
Mi Padre
“Mi padre vivió, y murió de edad avanzada, supe que caminaba añorando a mi abuelo, en medio de los bosques de la baraja, que al tocar las cartas conocía la edad y los secretos de la gente.
Sé que luchó mi padre porque para mis hermanos, siempre quiso una vida mejor. Él no envidió nada. Él acaricio los libros, y no escuchó mi primera clase.
Me dijeron que pisaba con fuerza, que en una noche fría, me trajo una cobija, que construyó una casa para mi madre donde dejó su nombre aprisionado porque eso decían los labios de mi madre mientras miraba y sonreía. Yo sé que mi padre nos abrazó, como podía su corazón. No inventó nada, nos creó a nosotros”
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