José de Jesús Parada Tovar
Con tantos “días de” como hay etiquetados en México y que han saturado el calendario, no podía faltar el Día del Padre. ¿De dónde la ocurrencia?, pues del imperio del comercio, que avasalla cualquier destino, concepto o motivo, con tal de convocar e incitar el gasto masivo e impulsivo. Después del Día de la Madre, en mayo, que mueve corazones y vacía carteras, faltaba en junio algo pretendidamente parecido, pero que se ha mantenido con una afluencia de incautos compradores infinitamente menor.
Lástima del desmesurado despliegue de publicidad que, a través de todos los Medios, irrumpe hasta en los lugares más humildes y los círculos más modestos, ofendiendo inteligencias y posibilidades con “ofertas” de vehículos último modelo, relojes carísimos, trajes de moda, viajes lejanos.
¿En verdad eso quiere o a eso aspira el común de los papás? ¿Está el horno para bollos en una economía nacional que considera caras las tortillas? ¿El corazón, la mente, la razón, el respeto y afecto de los hijos es tan manipulable que fácilmente cede al anzuelo del regalo obligatorio como prueba de amor?
Si no todos son padres, ciertamente todos somos hijos. Es decir, hay liga, vínculo con la paternidad, que incluye a los abuelos o, en memoria agradecida, a los progenitores difuntos.
De todos modos, alguna utilidad tendrá el tercer domingo de junio si mueve a reflexión, encuentro, perdón y cariño; si anima el calor familiar, más allá de la faramalla, del jolgorio artificial que presume, en único día, desechar el olvido.
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