AGENDA INTERNACIONAL | Georg EICKHOFF |
El pasado 16 de junio falleció Helmut Kohl, jefe de gobierno alemán de 1982 a 1998, padre de la reunificación de Alemania y del Euro. Fue un católico consciente de la historia de su país y de su confesión.
Tuve varias ocasiones de acercarme al jefe de mi gobierno. Una sola vez me estrechó la mano. Fue durante la visita de San Juan Pablo al estadio olímpico de Berlín, el 23 de junio de 1996, con ocasión de la beatificación de Bernhard Lichtenberg y Karl Leisner, mártires de la resistencia contra el nazismo.
Hay muchas razones para odiar o amar a Helmut Kohl. Quiero resaltar aquí su manera de practicar el catolicismo. Ya después de su salida del gobierno, coincidí varias veces con él, en la misa de las doce de la Catedral de Santa Eduvigis, en Berlín. Y empecé a reflexionar más seriamente sobre lo que sabía de él y de su catolicismo.
Como doctor en Historia, Kohl veía todo lo que hacía en una gran perspectiva histórica. Contrastando con su estilo campechano y popular, Kohl era un hombre leído, culto y consciente de la tarea cultural de la política.
Se formó cultural y políticamente en la región alemana del Palatinado, profundamente marcada por la colonización romana y el catolicismo, entre ciudades milenarias de una increíble riqueza histórica como Maguncia y Tréveris. Fue un hombre de un catolicismo político romano y, por tanto, europeo.
Pudo llegar a ser el padre de la reunificación alemana porque la planteaba en su contexto europeo. Su formación histórica le dio una singular empatía y astucia para pensar Alemania desde las heridas y sensibilidades de sus vecinos. Así pudo aprovechar la gran oportunidad del colapso del comunismo, a pesar del miedo en Rusia, Polonia, Francia e Inglaterra, para no hablar de otros países muy menores que la Alemania monstruosa la cual poblaba las pesadillas de tantos.
Si Juan Pablo II fue el precursor e inspirador de una nueva Europa para el Tercer Milenio, Kohl fue su fundador.
Muy al contrario de los catolicismos heridos por las catástrofes del Siglo XXI, como el mexicano y el polaco, el catolicismo de Helmut Kohl era el romano en el sentido de responsabilidad de poder integrador. Para Kohl, el Reino de Cristo no es de este mundo, pero el catolicismo sí. El catolicismo tiene una responsabilidad de expresarse en el mundo por medio de un poder político que une. El catolicismo de Kohl es un catolicismo creador de instituciones. La expresión más monumental del pensamiento del gigante político, cultural y espiritual que era Kohl no es la Alemania de hoy, sino la Europa de hoy.
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