Pbro. Lic. Armando González Escoto
La persecución religiosa que asoló al país a partir de 1917 y que en reacción provocó una guerra llamada “La Cristiada” dejó una sociedad bastante dolida y además, dividida. Dolida por la ingente cantidad de muertes, atropellos, asesinatos, atentados y agravios de todos contra todos a causa de una pésima actuación del gobierno. Las graves consecuencias que este conflicto estaba produciendo llevaron a buscar un arreglo que finalmente se obtuvo en 1929.
Guadalajara fue en toda esta historia el verdadero epicentro del conflicto, y los habitantes del estado de Jalisco quienes más sufrieron primero la persecución, después la guerra y luego de la “paz”, las represalias impunes del propio gobierno que había buscado y aceptado los llamados “arreglos”. El conato de un nuevo levantamiento armado persuadió a todos de que ya estaba bueno de continuar con este juego perverso, y así, paulatinamente el clima fue mejorando.
El estado de Jalisco pasó entonces a manos de un político visionario, don Jesús González Gallo, quien gobernó de 1947 a 1953 dando paso a una época de reconciliación social que ya había iniciado el presidente Manuel Ávila Camacho, cuya gestión transcurrió de 1940 a 1946. Esta difícil tarea contó con la decidida colaboración de José Garibi Rivera, arzobispo de Guadalajara desde 1936 y uno de los grandes estadistas religiosos que ha tenido México.
Superar el resentimiento y la desconfianza, recuperar el espíritu de colaboración en favor de la comunidad, fomentar la unidad para alcanzar el progreso y el desarrollo, respetar los grandes valores que la cultura católica había dado a México y a Jalisco, valorar la importancia de un gobierno fuerte, de un ejercicio político efectivo, todo era parte de este afán de conciliación que involucró lo mismo a los empresarios que a los trabajadores, a los partidos y a los sindicatos, al mundo del deporte y al de la cultura, a la Iglesia y al Estado en todas sus diversas estructuras y expresiones.
Pero tuvo también realizaciones muy concretas y emblemáticas como fue la obra final del sexenio de González Gallo, la construcción del eje Alcalde-Calzada de Zapopan, luego justamente denominada avenida Ávila Camacho, que enlazaba la catedral de Guadalajara con el célebre santuario de Zapopan, no sólo para crear una comunicación directa del cerebro al corazón de la comunidad católica regional, sino para ofrecer a la romería anual un espacio propio, amplio, espléndido y directo, lleno de simbolismo y cargado de memoria histórica.
Quienes hoy día atentan contra este eje vial tan significativo por sus orígenes ¿conocen las razones de su trazo? Y si conociendo su significado aun así persisten en su afán de distorsionarlo, ¿están avisando que terminó ya la era de la conciliación y del buen entendimiento? Los pretextos hoy día les sobran: que por la línea tres, que porque hay que peatonalizar la avenida Alcalde, o porque les da la gana echar al vacío la memoria de una ciudad, o porque no hay ya quién defienda su identidad y los baluartes que la conservan, como es y ha sido este eje vial, el camino procesional de la romería, que no por ser anual merece menos respeto.
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