No podemos dejar de crecer

No podemos dejar de crecer

Por Mónica MUÑOZ |

Todos necesitamos crecer, por supuesto no solamente de manera física sino también mental y espiritualmente, pues sería una necedad pensar en quedarse de la misma estatura, hablando en todos sentidos, aun cuando pasara el tiempo.  Y debo añadir que en esto, los padres de familia tienen una gran responsabilidad en los primeros años de los niños, ya que su educación determinará la clase de persona que será cada pequeño, que, alentado con palabras y ejemplos, descubrirá paulatinamente su misión en la vida.

Por supuesto, los papás y muchas veces también los parientes cercanos como los abuelos y tíos, gozan cuando un pequeño comienza a hablar y hace sus pininos caminando, sencillamente porque, aunque es parte de la vida, significa un gran logro.  Más adelante, cuando los conocimientos incrementen y el niño pueda emitir un juicio, dando su opinión respecto a algún tema que le interese, será cuando los adultos que lo rodean se percaten del aprendizaje que habrá permitido al pequeño incrementar su cultura y desenvolver su carácter. El autoconocimiento y la cultura adquirida con esfuerzo y esmero serán fundamentales para que la persona adquiera seguridad y entienda en qué lugar está parado y qué le corresponde hacer para convertirse en un ciudadano de bien para su país, familia y sociedad.

Sin embargo, sucede en muchas ocasiones que los adolescentes y aún los niños no tienen lo necesario para continuar con sus estudios, careciendo de las bases para el desarrollo de conocimientos y habilidades que los prepararán para hacerse un lugar en el mundo laboral, sumamente competido y en donde la gente que tiene más herramientas se convierte en el jefe de los menos afortunados.

Por ello, sostengo que sería tonto pretender que las personas no progresan porque no quieren. Ese pensamiento es muy común en la actualidad, vivimos en una época donde el individualismo es el rey, encegueciendo a quienes podrían ayudar a sus semejantes a alcanzar sus sueños. Por eso la insistencia en que, el que quiere, puede.  En parte, esta aseveración es correcta, porque la voluntad mueve al hombre a lograr lo impensable, pero, por otro lado, debe estar convencido de que nada le impide alcanzar sus objetivos y que, aunque sea real la falta de oportunidades, utilizando su inteligencia y sus dones puede conseguir lo que se proponga.  Pero también hace falta que quienes han nacido con comodidades compartan su fortuna con los que menos tienen.

Hace unos días me topé con un hombre joven que se acercó a limpiar el parabrisas de mi coche. Como muchos, automáticamente dije que no, sin pensar en lo que eso significaría para el muchacho. Con disgusto y desilusión me respondió que sólo quería trabajar. Sinceramente, sentí una mezcla de pena y remordimiento, y me dejó pensando qué pasaría si se le ofreciera una verdadera oportunidad de trabajo bien remunerado.  Considero que muchos jóvenes están en esa misma situación porque no ha habido quien se las brinde.

Aunque es cierto también que, un derivado de la falta de educación escolar, que tiene profundas raíces en los problemas familiares y económicos, cada vez cunde más la plaga de la ambición y el deseo de obtener bienes materiales con poco esfuerzo, aunque se viva poco, pero bien.  Con tristeza somos mudos testigos de las muertes que a diario ocurren en nuestro país, debido a la delincuencia y al crimen organizado, que lleva a miles de jóvenes con futuros prometedores  a terminar sus vidas de forma inútil porque no hubo una fuerza capaz de mostrarles otro camino.  Nada ni nadie se dedicó a cultivar sus almas ni sus mentes para que desearan superarse y dar fruto bueno y perdurable.  Por eso me parecen admirables los esfuerzos que se llevan a cabo en algunos lugares para despertar en niños y adolescentes el amor a la música o al deporte, pues esas actividades los alejan de los vicios y les descubren un panorama distinto al que viven cotidianamente, en especial cuando de la música se trata, pues despierta con delicadeza la sensibilidad de las almas y eleva los espíritus a niveles insospechados de deleite, que casi hace a los pequeños artistas tocar el cielo.

Por eso es urgente que los padres de familia, primeros educadores de sus hijos, siembren en ellos el gusto por la lectura y las bellas artes, en la medida de sus posibilidades.  Muchas veces las casas de cultura de los municipios ofrecen cursos accesibles para todos los bolsillos o incluso en algunas instituciones religiosas pueden encontrarse actividades de manera gratuita.  Simplemente, acudir a una biblioteca puede convertirse en un hábito que permita a los niños y adultos enriquecer su acervo cultural, pues los libros son la mejor manera para aprender y descubrir mundos nuevos.

Y pensemos que debemos estar en constante crecimiento, fuimos hechos por Dios con talentos y dones que deben cultivarse y ponerse al servicio de los demás, sólo es necesario descubrir para qué somos buenos y tener la voluntad de hacerlo.  De esta manera, estaremos imprimiendo sentido de trascendencia a lo que hagamos, pues lo que Dios nos ha regalado, debe multiplicarse para que, junto a nosotros, otros más puedan recibir los beneficios de nuestras habilidades.  Seamos útiles y aprovechemos la vida que se nos ha dado.

 

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