Se recibe al Espíritu para ser testigos

Apreciables hermanos y hermanas:

Cristo nos anuncia que rogará al Padre para que nos envíe otro Consolador. El primer Defensor que nos envió el Señor fue a su hijo Jesucristo, que vino al mundo para consolar a nuestra pobre Humanidad de todas las aflicciones y sufrimientos que nos dejó el pecado original.
Pero Él, después de morir y resucitar, tiene que volver al Cielo, donde es su lugar. Antes, dice que rogará al Padre para que nos envíe otro Consolador, el Espíritu Santo, que Cristo nos mereció con su muerte en la cruz y con su resurrección, para que sea, a lo largo de nuestra vida, el que nos consuele y nos defienda.
El Espíritu Santo ha sido un regalo de Dios para que permanezca con nosotros. No ascendió al Cielo, como Cristo resucitado, sino que descendió sobre los Apóstoles, en Pentecostés, y se quedó para siempre. Por eso, debemos vivir con mucha confianza y seguridad, porque Jesús permanece con nosotros a través de su Espíritu.
¿Cómo se nos comunica este Espíritu Santo? Por medio de la oración se implora su venida, y el Obispo impone las manos en el sacramento de la Confirmación. Además, se marca a cada bautizado con el santo crisma, signo de la fuerza y de la presencia del Espíritu Santo. Como lo hizo la Iglesia desde hace dos mil años, así lo seguimos haciendo, para que se cumpla lo que Cristo anunció y prometió.
Una vez que recibimos al Espíritu Santo, quedamos comprometidos a ser testigos, a ser representantes, continuadores de la obra de Jesucristo. Así lo dijo: “Recibirán al Espíritu Santo, y serán mis testigos” (Hch. 1,8), es decir, continuadores de la obra que el Señor comenzó.
Continuar su obra significa que estamos llamados a ser consuelo para los demás, especialmente para los que más sufren. Jesús consolaba a los afectados por todas las enfermedades (mudos, sordos, tullidos, ciegos, leprosos, etc.), y proporcionaba un consuelo a la Humanidad sufriente, a los pecadores, a los pobres, a los afligidos por la muerte de algún ser querido. Les ofrecía consuelo y fortaleza.
Nosotros, sus discípulos, que participamos de su mismo Espíritu, tenemos la misión de ser consuelo para nuestros hermanos que sufren. Hay mucha gente que sufre, a veces en nuestra propia familia (un anciano, un enfermo). Conocemos a quienes necesitan fortaleza espiritual. Conocemos, entre nuestros parientes y amigos, personas que sufren por la pobreza o el abandono.
Los que recibimos al Espíritu consolador tenemos la misión de hacer las obras que hizo Jesucristo. En el Sacramento de la Confirmación se cumple un paso en el seguimiento de Cristo, pero no se acaba. Se cumple una meta, pero comienza una etapa en el mayor seguimiento del Señor. No acaba nada, sino que inicia un compromiso y una tarea mayores.

Yo les bendigo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

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