Uno va por la vida sin hacer daño a nadie. Pero eso, a veces, no es suficiente


Soy una persona dedicada a la paciente revisión de mis libros, que disfruto de los largos varios paseos semanales con mis amigos, que preparo con detalle y cariño mis sermones del fin de semana. Soy alguien que, de tanto en tanto, recorro mis infatigables proyectos arquitectónicos, que disfruto de una buena partida de ajedrez larga y reñida, que me gusta alargarme media hora, una hora, en una placentera conversación telefónica. 
Pero lo que también podréis encontrar en mí es un profundo escepticismo respecto a los seres humanos. Sé que el amor y la amistad existen. Pero es el único punto en el que no espero nada. Si llega algo, bienvenido. Pero no espero nada.
Digo esto, porque hace algún tiempo, en el mes de mayo, recibí una puñalada de quien menos me lo podía esperar. En ningún momento se me pasó por la cabeza que detrás de un rostro que me sonreía, que se reía conmigo, que parecía estar tan a gusto en mi compañía, moraban otros sentimientos acerca de mí. Años de convivencia han quedado en la cuneta desangrándose.
A esta persona, que no es una mala persona, sino religiosa y buena, yo la había tratado siempre magníficamente bien. Pero ahora veo que tenía dos caras. En realidad, dos caretas, porque ya no sé cuál es su verdadera cara.
Cuando la vuelva a ver dentro de pocos días, mi trato será el de siempre, mi cordialidad será la misma. No le pienso echar en cara nada, sería inútil completamente en este caso. Mi comportamiento será el de siempre, no variará lo más mínimo. Pero mi trato correcto ya no será porque él la merezca, sino porque le perdono por Jesús. Cuando me encuentre con él, ya no volverá a recibir ninguna sonrisa de mi parte. Quiero que se dé cuenta de que ya sé lo que ha andado diciendo por detrás.
Lo lógico es que me preguntara que por qué ahora estoy más serio con él, correcto, pero serio. Pero las personas falsas, eso lo he observado, nunca lo hacen. Porque en situaciones así tienden a pensar que han sido descubiertas, y simplemente desaparecen de la vida de uno sin preguntar nunca nada.
En este caso, ya me llegaron señales desde hacía tiempo. Pero me costaba creerlas. Ya alguien me advirtió y me dijo exactamente sus palabras. Pero, a veces, el afecto nos vuelve ciegos. Después, durante meses, los signos de sucedieron. En el mes de mayo, la evidencia surgió por varios caminos distintos. Puedo aseguraros que ésta ha sido la puñalada trapera que más me ha dolido en los últimos cinco años. La peor dada, donde más me ha dolido. Vanidad de vanidades, todo es vanidad.

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