Saturnino fijó su residencia en Tolosa (actual Toulouse) en el año 250, bajo el consulado de Decio y Grato. En ese tiempo, en Galia había pocas comunidades cristianas, con escaso número de fieles, mientras los templos paganos estaban llenos de fieles que sacrificaban a los ídolos.
Saturnino, que había llegado desde hacía poco a Tolosa proveniente de Oriente, había ya reunido los primeros frutos de su predicación, atrayendo a la fe en Cristo a un buen número de ciudadanos. El santo obispo, para llegar a un pequeño oratorio de su propiedad, pasaba todas las mañanas frente al Capitolio, nombre con el que designaba al principal templo pagano, dedicado a Júpiter Capitolino, en donde los sacerdotes ofrecían en sacrificio al dios pagano un toro para obtener su favor.
Llegó entonces un tiempo en el que los cultores de Júpiter se sintieron abandonados y defraudados, viendo que de este no obtenían favor alguno, mientras que a los cristianos se les veía contentos y en paz. Los sacerdotes paganos culparon al obispo Saturnino del silencio de su dios y un día una multitud lo rodeó amenazante y le impuso que sacrificara un toro sobre el altar de Júpiter. El obispo rechazó sacrificar al animal y alzó la voz desafiante diciendo que no temía a los rayos de Júpiter porque este no era verdadero, lo agarraron enfurecidos y lo ataron al cuello del toro, al que picaron para que corriera escaleras abajo del Capitolio arrastrando al obispo.
Saturnino, con los huesos despedazados, murió poco después, y su cuerpo fue abandonado en la calle, de donde lo recogieron dos piadosas mujeres y le dieron sepultura «en una fosa muy profunda». Sobre esta tumba, un siglo después, San Hilario construyó una capilla de madera que pronto fue destruida y se perdió por algún tiempo su recuerdo, hasta que, en el siglo VI, el duque Leunebaldo, encontrando las reliquias del mártir, hizo edificar en ese lugar la iglesia dedicada a San Saturnino, en francés Saint-Sernin-du-Taur, que en el s. IV tomó el actual nombre de Notre-Dame du Taur.
Publicar un comentario