A María, la Virgen

FRAGMENTO

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Mujer de incandescencias celestiales,
translúcida creación
para el designio
impalpable
de darle cuerpo
a la Palabra.

Del trazo omnipotente y cenital
proviene tu pureza,
núcleo de
perfección
en la caída
descendencia.

Niña en quien bajaron las pupilas
cósmicas del Padre,
para colmarte
con la luz
que te hizo
refractaria.
Porque fuiste la esperada
por todos
los milenios,
libre de la mancha
que nos
vuelve oscuros.
Limpia desde el vientre,
con la vida
cristalina
que recibió
del Padre
para andar la vida.

¡Angelus Domini nuntiavit Mariae!…
Se nutrió con tu sangre de elegida
el redentor del mundo,
en la preñez
luminosa
que te dio
el Espíritu.
Le diste pulsación al hijo,
Hijo de Dios,
Dios-Hijo
que llevó
la sístole humana
de su madre,
y la efusión del Creador
para heredar al mundo.

Y luego una noche de cielos extendidos,
bóveda de
estrellas y ángeles,
el mundo
se enteró
del Nacimiento.
El Niño-promesa era palpable,
la redención
estaba fulgurante…
¡y rodeado
del asombro
vinieron a adorarle!

En el centro del prodigio tú,
la impoluta
labradora del milagro,
afuera de tu seno,
el Niño-Dios
cayendo al corazón
gratuito
y distendido
que le dará cobijo,
y por quienes
lo verán
en la extrema brusquedad
del mundo abierto.
Después los pasos de tu hijo
extenderán sus ojos
sobre ti
y sobre nosotros,
la carne que le diste al Verbo
Madre-Virgen
se volverá Palabra,
y tu amor dilatado
seguirá el
encuentro
de la vida diaria
con el Cristo Redentor.
Creciente la parábola hundirá
sus prismas
en el pecho
de los hombres,
y el Redentor
multiplicando
la semilla
plantará
la vida eterna.

El tiempo en su lineal
deslizamiento
te arrebató
la pubertad
del Unigénito,
y en la casa
de la santa familia
en que fuiste
educadora
y madre,
en soledad
fincaste el oratorio
de tu línea
de voz
con el celeste Padre.
Orabas cuando Jesús
se repartía
en perdones
y milagros.
Orabas de palabra
y pensamiento,
discreta, imperceptible,
glorificando
la doméstica
labor de hacer el
hogar de quienes
fueran tus próximos
en sufrimiento,
de recibir
en tu buena voluntad
el llanto ajeno.
De abrir las manos
y entregar el pan,
así como darías
al hombre
a tu mismo Hijo del Hombre.
Ya distante tu hijo imaginabas
la figura
carne de tu carne,
en su viaje
a sanar
el pecado de la tierra.
Creciendo en el fermento
de las multitudes,
entre oleadas
de voces
y crispadas manos
por alcanzar
sus frutos
de amor
que todo lo restauran.
Porque vino Jesús
a sujetar al viento
y la violencia
corrugada
del oleaje.
A repartir el alivio
inmediato
en las dentadas
aristas que
el dolor encaja.
A recibir
al decaído
en sus miradas.
A darle vertical
camino
al error
que laboriosos cultivamos.

Y fuiste paso a paso
ensombreciendo
tu alegría,
mientras toda
la jornada
del Mesías
incendiaba corazones
repartiendo
el Reino;
un presagio de sangre
te apagaba la vida

Uncida con la gracia
que aceptaste
de ser madre,
cuando el destello del Creador
se trasfundió
en tu vientre,
aceptabas también
su muerte en el martirio…
y entonces proferiste iluminada:
¡Hágase en mí según tu palabra!

Ahora una marea
de tristeza impetuosa
te congela la vida.
La trágica avalancha
creció tan repentina para el
Fruto de tu Vientre,
que un racimo de espadas
te floreció en el pecho…

¡Bendita entre todas las mujeres!…

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