Domingo XXVI del Tiempo Ordinario







“Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa…”. Reflexión de Mons. Ruy Rendón, para el domingo 29 de septiembre.


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“Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa…”.




Amós 6,1.4-7

1Timoteo 6,11-16

Lucas 16,19-31




Continuando con una temática parecida a la de hace ocho días, la Palabra de Dios nos propone este domingo dos estilos de vida contrastantes: el de los ricos y el de los pobres. Dios cuestiona el proceder de los ricos que no son capaces de preocuparse de las necesidades de los pobres y, como consecuencia, les anuncia un castigo inminente.


El profeta Amós en la primera lectura, en un lenguaje de denuncia, describe la vida de los ricos del pueblo de Israel: “Se reclinan sobre divanes adornados con marfil, se recuestan sobre almohadones para comer los corderos del rebaño y las terneras en engorda. Canturrean al son del arpa… Se atiborran de vino, se ponen los perfumes más costosos…”. Si el profeta detuviera aquí sus palabras, tal vez no habría una sentencia condenatoria para quienes ostentaban, en aquel tiempo, el poder económico. Sin embargo, el profeta continúa y les dice: “pero no se preocupan por las desgracias de sus hermanos…”; he allí la dificultad… los ricos no se preocupaban de la situación crítica de tantas personas, hombres y mujeres, que sufrían pobreza y marginación. Los tiempos, al parecer, no han cambiado mucho…


Nuestro Señor, en el evangelio, nos platica una hermosa parábola titulada “Parábola del rico y el pobre”. La situación narrada no difiere mucho de la crítica que el profeta Amós hacía a los ricos. Aquí también el rico que, por cierto, no tiene nombre, lleva un estilo de vida ostentoso: “vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día…”. El pobre, en cambio, “yacía a la entrada de la casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico…” . El pobre tiene nombre: “Lázaro”, que significa “sólo Dios es mi ayuda”. Y, en realidad, la ayuda le vino de parte de Dios, ya que del rico epulón (glotón) sólo recibió indiferencia.


El desenlace en ambas lecturas (primera y evangelio) es semejante. En efecto, en los dos textos encontramos una sentencia condenatoria de parte de Dios hacia aquellas personas poderosas que no fueron capaces de preocuparse de las desgracias de los pobres: “Por eso irán al destierro… y se acabará la orgía de los disolutos…”; “Murió también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio de tormentos…”.


La enseñanza, sin duda, es muy clara. El Señor nos invita a ver más allá de nuestros intereses personales, familiares o de grupo. Alrededor nuestro, muy cerca de nosotros, hay hombres y mujeres que nos reclaman atención, consuelo y ayuda espiritual y material. Estemos atentos, y no olvidemos que nosotros somos esos “cinco hermanos” del evangelio que, viviendo aún en este mundo, tenemos a “Moisés y a los profetas” para escucharlos y convertirnos.


Que la exhortación de san Pablo a Timoteo (segunda lectura) la hagamos nuestra en la Eucaristía dominical. Que seamos hombres y mujeres de Dios, llevando una vida de rectitud, piedad, fe, amor, paciencia y mansedumbre… Amén.


+Ruy Rendón Leal

Obispo de Matamoros




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