Daniel León Cueva
Es éste el legado que dejó en la plaza del pueblo el paciente trabajo de la Primavera y el Verano; puntual en los tiempos, acorde al clima, con la lógica de los ciclos de las Estaciones. Por eso la fronda del árbol, las plantas enhiestas, las flores a borbotones, en gratitud al sol, en correspondencia al riego o a las lluvias, ahora tan abundantes.
Por ahí, recónditos del paisaje, deben estar los insectos que escudriñan el polen o que exploran la delicia del néctar; las aves anidan en el ramaje concediendo una breve tregua al agobio del calor o llevando un bocadillo (¿picadillo?) a los polluelos.
Ya quedó muy atrás la mitad del año, y con ello van cediendo los bochornos de temperaturas calcinantes. Acaba de entrar en escena el Otoño, que poco a poco irá cambiando colores, matices y volumen vegetal para hacer imperar sus aires desfoliadores y su adusta presencia.
La caída otoñal de las hojas nos hará recordar que muchas, de papel, han caído del calendario. Sin embargo, disfrutar con todos los sentidos el regalo de la Naturaleza en cualesquiera de sus lapsos, siempre será halagüeño y tonificante. Por algo, el Creador “vio que todo era bueno”…
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