Veo que usted nunca ha tenido hambre
Juan López Vergara
Nuestra Madre Iglesia nos participa hoy una Parábola del Señor, conservada únicamente por San Lucas, de una plasticidad bárbara, la cual manifiesta que las riquezas constituyen una amenaza tal, que pueden llevarnos a perder nuestra dignidad de hijos de Dios haciéndonos olvidar que todos somos hermanos (Lc 16, 19-31).
¡Qué peligrosa ceguera!
Jesús dirigió esta Parábola a “los fariseos, que son amigos del dinero, y se burlaban de Él” (Lc 16, 14). Empieza con una descripción genial, demostrativa de los injustos contrastes que puede provocar nuestra insensibilidad: “Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas” (vv. 19-21). ¡Qué forma de describir el egoísmo de aquel hombre rico, quien, sorprendentemente, carece de nombre! ¿Acaso no mostraron mayor compasión que el rico los perros al lamer las llagas del desconsolado menesteroso? “A no ser que sea un genio -aseguraba Péguy-, un rico no puede saber nunca qué es la pobreza”.
La Escritura: camino de conversión
A continuación se nos dice que la muerte cambió la situación de aquellos personajes (véanse vv. 22-26). Recordemos que el texto es una Parábola, no una reseña informativa sobre la geografía del más allá. En un segundo momento, prosigue el diálogo entre Abraham y el rico (véanse vv. 27-31). Este último le ruega que envíe a prevenir a sus cinco hermanos. Abraham le contestó que para eso tienen la Ley y los Profetas. El rico insistió, pero Abraham, categórico, respondió: “Si no escuchan a Moisés y los Profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto” (v. 31). El Evangelista asegura que las Sagradas Escrituras son el sendero más seguro para la conversión. Aquellos fariseos a quienes alude el texto, no obstante su conocimiento de la Ley, no tenían su vida enraizada en la Palabra de Dios, que ordena: “Debes abrir tu mano a tu hermano, a aquél de los tuyos que es indigente y pobre en tu tierra” (Dt 15, 11).
En la escuela de la vida
Terminamos con una anécdota conservada por Simone de Beauvoir (pensadora y escritora católica francesa) acerca de su encuentro con Simone Weil (también francesa, de familia judía y brillante escritora católica conversa). Beauvoir admiraba a Weil por su obra filosófica. Semejante admiración se incrementó cuando le contaron que la notable pensadora se había echado a llorar al enterarse de que el hambre acababa de hacer estragos en grandes regiones de China. Por fin, un día pudo conversar con ella: “Una sola cosa cuenta hoy en la Tierra: la inmensa revolución que dé pan a todos los hambrientos”, dijo de pronto aquella extraña mujer. De Beauvoir le contestó que, a su juicio, tenía mayor importancia encontrar un sentido a la existencia. Entonces, Weil la miró fijamente a los ojos y, muy despacio, pronunció estas palabras: “Veo que usted nunca ha tenido hambre”.
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