26 de enero 2014
Domingo 3º Tiempo Ordinario (A)
Mt 4, 12-23: Homilía de san Agustín (En. in ps. 103, III 16)
«Así pues, hay algunos espirituales que anidan en los cedros del Líbano, esto es, hay algunos siervos de Dios que han escuchado en el evangelio: Deja todas tus cosas, o vende todas tus cosas, y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo (Mt 19, 21). Y esto no sólo lo oyeron los poderosos, sino que lo oyeron también los pobres, y quisieron realizarlo también ellos y ser espirituales, no uniéndose a esposas, no dejándose agotar por el cuidado de los hijos, no poseyendo casas propias, a las que estar ligados, sino optando por una cierta vida común. Pero ¿qué abandonaron estas avecillas? Parecen ser las aves más pequeñas del mundo. ¿Qué abandonaron? ¿Qué bienes de valor abandonaron? Uno se convirtió, dejó la habitación de la casa de su padre pobre, y apenas un lecho y un arca. Sin embargo, se convirtió, se hizo una avecilla, buscó las cosas espirituales. Bien, muy bien; no lo insultemos, no le digamos: Nada has dejado. No se ensoberbezca quien abandonó mucho. Para seguir al Señor, Pedro, de quien sabemos que era pescador, ¿qué pudo abandonar? O su hermano Andrés, o los hijos del Zebedeo, Juan y Santiago, también ellos pescadores (Mt 4, 18.21).
Y sin embargo, ¿qué es lo que dijeron? Mira que nosotros hemos dejado todo, y te hemos seguido (Mt 19, 27). Pero el Señor no respondió: “Te has olvidado de tu pobreza”. ¿Qué has dejado para que recibas el mundo entero? Mucho dejó, hermanos míos, mucho dejó quien no sólo dejó lo que tenía, sino también lo que deseaba poseer. En efecto, qué pobre no se engríe con las esperanzas de este siglo? ¿Quién no desea cada día aumentar lo que posee?
Esta avaricia ha sido frenada; se proyectaba sin medida, se le opuso límite. ¿Y no se dejó nada? Pedro abandonó absolutamente todo el mundo, y Pedro recibió todo el mundo: como quienes nada tenemos, y todo lo poseemos (2Cor 6,10)».
(Trad. de Javier Ruiz, oar)
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