EDITORIAL

Reformar las Leyes, reformar el corazón


¿Qué va primero si la gente quiere cambiar sus formas de convivencia, su estilo de conducta? Pues la experiencia milenaria responde que corazón y Leyes deben de ir de la mano para conquistar modelos de actitudes diferentes en el trato diario. Al presente, la discapacidad o diferencia de facultades físicas o anímicas han sido un “Talón de Aquiles”, pretexto en búsqueda de culpables. Afortunadamente, hoy también han surgido iniciativas que pretenden encontrar soluciones más humanas, aunque no suficientes.

Una frase bíblica retumba por siglos en la conciencia: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí”. Juzga, tajante y de golpe, la religiosidad maquillada. Siempre se han proveído Leyes e Instituciones hipócritas; ésas que procuran la fácil ganancia, que eluden responsabilidades. A veces, las reformas corruptas de Leyes pretenden beneficios sesgados en favor de minorías privilegiadas, mientras que a los necesitados sólo les llegan migajas. Por ejemplo, detrás de la Cruzada Nacional contra el Hambre, hay desconfianza.

Historias, antiguas y nuevas: en el fondo de un corral, después del cuartito familiar donde la pobreza se ha convertido en costumbre de todos los días, habita, oculto a miradas ajenas, un adulto de treinta y tantos años, en cuyo cuerpo mora el alma de un niño; se queja en sordina y, por lo tanto, nadie lo escucha. Yace literalmente atado y en el olvido; a veces se vuelve peligroso, pero todos los días se le considera indeseable e incapacitado para convivir en Sociedad. Ésta ha sido, durante mucho tiempo, la estampa de una falseada dignidad y vergüenza social.

Siglos antes, los leprosos eran los segregados. Era la ley farisaica, pero aún hoy se matiza el desprecio social contra los frágiles, los diferentes, los marginados. Ante ellos, ¡cuántos se muestran insensibles! Nos honran, por supuesto, prohombres generadores del cambio, líderes, reformadores y Santos impulsores de la conciencia social, del compromiso fraterno, de la caridad; de quienes consideran que la urgencia del Mensaje evangélico sigue vigente: “…A los pobres se les anuncia la Salvación”. Existe mayor conciencia, pero aún así, el común denominador continúa siendo que la discapacidad y la pobreza se consideren estigmas sociales; lacras que ensucian el entorno social.

¿Puede haber otro mundo mejor para los que sufren? Se han lanzado iniciativas, aunque en dosis microscópicas para el tamaño del problema. Abundan las familias que hoy arropan a esos hijos mayores de edad pero con corazón de niños. Ante las deficiencias congénitas, se crean formas nuevas de convivencia. Se construyen proyectos alternativos llenos de misericordia y de sonrisas. No obstante, escasean las Leyes y, en contrapartida de la ausencia de un marco jurídico, parece que empieza a reformarse el corazón.

Una iniciativa jurídica sorprende y estimula la adecuación del “Interdicto para discapacitados”; busca soluciones legales, bienestar humano, capacidad de heredar y otros beneficios a través de tutorías. ¡Se vale construir o adaptar Leyes que vigoricen los sentimientos del corazón!

El Papa invita a cuidar la fragilidad (E.G. 209-210): “Jesús, se identifica especialmente con los más pequeños. …los cristianos estamos llamados a cuidar a los más frágiles de la Tierra. La Sociedad debe ser capaz de crear nuevas síntesis culturales. ¡Qué hermosas son las ciudades que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué amables son las ciudades que, aun en su diseño arquitectónico, están llenas de espacios que conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro!”

Los Juegos Paralímpicos han sido un esfuerzo de integración que motiva una cultura diferenciada en quienes están limitados en sus capacidades físicas; pero, aun ahí, entre las aguas cristalinas de la bondad, puede introducirse el hedor y la contaminación de turbios intereses.


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