Discurso del Papa Francisco a los miembros del Movimiento Apostólico Ciegos y de la Pequeña Misión para los Sordomudos (29-3-2014)
Testigos del Evangelio para una cultura del encuentro
Queridos hermanos y hermanas: ¡Bienvenidos!
Saludo al Movimiento Apostólico Ciegos, que ha organizado el presente encuentro con ocasión de sus Jornadas de la Compartición; y saludo a la Pequeña Misión para los Sordomudos, que ha implicado a muchas entidades de sordos en Italia. Doy las gracias por las palabras que me han dirigido los dos responsables, y hago extensivo mi saludo a los miembros de la Unión Italiana de Ciegos e Hipovidentes que participan en este encuentro.
Quisiera hacer con vosotros una breve reflexión partiendo del tema «Testigos del Evangelio para una cultura del encuentro».
Lo primero que observo es que esta expresión termina con la palabra «encuentro», pero al inicio presupone otro encuentro, el encuentro con Jesucristo. En efecto, para ser testigos del Evangelio, hay que haberse encontrado con él, con Jesús. Quien lo conoce realmente, se convierte en testigo suyo. Igual que la samaritana –lo leímos el domingo pasado–: aquella mujer se encuentra con Jesús, habla con él, y su vida cambia; vuelve adonde está su gente y dice: «Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será este el Mesías?» (Jn 4, 29).
Testigo del Evangelio es alguien que se ha encontrado con Jesucristo, que lo ha conocido o, mejor, que se ha sentido conocido por él, re-conocido, respetado, amado, perdonado, y ese encuentro lo ha transformado en profundidad, lo ha colmado de una nueva alegría, de un nuevo significado para su vida. Y esto se trasluce, se comunica, se transmite a los demás.
He recordado a la samaritana porque es un ejemplo claro de un tipo de personas con las que a Jesús le gustaba encontrarse, para hacer de ellas testigos: personas marginadas, excluidas, despreciadas. La samaritana lo era por ser mujer y por ser samaritana, ya que los samaritanos eran absolutamente despreciados por los judíos. Pensemos también en tantas personas con las que quiso encontrarse Jesús, sobre todo personas marcadas por la enfermedad y por la discapacidad, para curarlas y reintegrarlas a su plena dignidad. Importa mucho que precisamente estas personas se conviertan en testigos de una nueva actitud, que podemos llamar cultura del encuentro. Un ejemplo típico es la figura del ciego de nacimiento, que volverá a presentársenos mañana, en el Evangelio de la misa (Jn 9, 1-41).
Ese hombre era ciego de nacimiento, y estaba marginado en virtud de una falsa concepción que lo consideraba sometido a un castigo divino. Jesús rechaza tajantemente esta forma de pensar –¡una forma auténticamente blasfema!–, y realiza para el ciego «la obra de Dios», dándole la vista. Pero lo notable es que ese hombre, a partir de lo que le ha sucedido, se convierte en testigo de Jesús y de su obra, que es la obra de Dios, de la vida, del amor, de la misericordia. Mientras los jefes de los fariseos, desde la altivez de su seguridad, juzgan tanto a él como a Jesús como «pecadores», el ciego curado, con sencillez cautivadora, defiende a Jesús y al final profesa su fe en él y comparte también su suerte: Jesús es excluido, y también él queda excluido. Pero, en realidad, ese hombre ha entrado a formar parte de la nueva comunidad, basada en la fe en Jesús y en el amor fraterno.
He aquí las dos culturas contrapuestas: la cultura del encuentro y la cultura de la exclusión –la cultura del prejuicio, porque se prejuzga y se excluye–. Precisamente a partir de su fragilidad, de su limitación, la persona enferma o discapacitada puede convertirse en testigo del encuentro: del encuentro con Jesús, que abre a la vida y a la fe, y del encuentro con los demás, con la comunidad. Y es que solo quien reconoce la propia fragilidad, la propia limitación, puede construir relaciones fraternales y solidarias, tanto en la Iglesia como en la sociedad.
Queridos amigos: Os doy las gracias por venir y os animo a proseguir por este camino por el que ya andáis: los miembros del Movimiento Apostólico Ciegos, haciendo que fructifique el carisma de Maria Motta, mujer llena de fe y de espíritu apostólico; y los miembros de la Pequeña Misión para los Sordomudos, siguiendo la estela trazada por el venerable sacerdote Giuseppe Gualandi. Y todos vosotros, los aquí presentes, dejad que Jesús os encuentre: solo él conoce realmente el corazón del hombre; solo él puede liberarlo de la cerrazón y del pesimismo estéril y abrirlo a la vida y a la esperanza.
Y ahora miremos a la Virgen. En ella fue grande el primer encuentro: el encuentro entre Dios y la humanidad. Pidamos a la Virgen que nos ayude a avanzar en esta cultura del encuentro. Y la invocamos con el Avemaría.
(Original italiano procedente del archivo informático de la Santa Sede; traducción de ecclesia)
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