Cincuentenario de la Casa del Seminario Menor
Texto y Fotos: Pbro. Óscar Maldonado Villalpando
Nosotros, que llegamos jubilosos aquel día a estrenar esta Casa bendita, hoy rimamos el poema de la gratitud.
Nosotros, que rompimos aquel huevo de la Casa viejita de San Martín para inaugurar una nueva época del Seminario de Guadalajara, elevamos nuestra íntima canción.
Nosotros, con quienes terminaba la dispersión de la indigencia y de la persecución para tener nido seguro y tierra firme para la semilla sacerdotal, asumimos tan preciada primogenitura.
Nosotros, embelesados, contentos, agradecidos, bendecidos por Dios en cada fiel bienhechor, en el Cardenal José Garibi Rivera, en el Padre Rector José de Jesús Becerra Fernández, en los inolvidables Padres Prefectos Enrique Trujillo Valdivia, Ignacio Coss y León, José Guadalupe Martín Rábago, y tantos otros Superiores de paternales manos que nos lanzaban al infinito, queremos hoy participar a todos aquel gozo indecible.
Nosotros, sin conocer, sentíamos la trascendencia de la primera entrada a los extensos corredores, y de alguna forma presentíamos que algo muy grande estaba comenzando para nosotros, para muchos, para generaciones por venir, para Parroquias y fieles, porque esta Casa habría de ser puente indispensable en la vialidad pastoral, sacerdotal, divina.
Nosotros habíamos esperado cinco, cuatro y tres años para, de la estrechez del viejo barrio, nacer ahora a un nuevo mundo de blancura, de amplitud, de esperanza.
Nosotros, bisoños, ingenuos, pero felices de vivir este momento, sabíamos que algunos espacios eran provisionales porque nuestro gigante no acababa de nacer del todo, y ahora damos ahora santo y seña de nuestra gran aventura.
Nosotros apenas podemos creer que de aquel entonces ya hayan pasado 50 años, y con el más grande cariño aprisionamos este sueño colosal que un día vivimos.
Nosotros, que habíamos iniciado el Seminario en 1961, 1960 y 1959 con las valiosas aportaciones adicionales de los Seminarios Auxiliares de San Juan de los Lagos, de Ciudad Guzmán, de Totatiche y el de Autlán, formamos una multitudinaria e impetuosa familia con inercia y sueños formidables.
Nosotros habíamos estudiado duro para ganar en las disertaciones, para brincar exitosamente la barrera del examen escrito, de los exámenes con Sinodal y, ya libres, con las excepciones del caso, llegamos ese Día de La Asunción de la Virgen María al Cielo, pero veníamos ya listos, casi sin bajar las maletas de la mula, para irnos a volar, en Vacaciones de Comunidad, por los horizontes de la Diócesis, a soñados rincones serranos como Mazamitla, Tapalpa, Pueblo Nuevo, La Manzanilla, Atemajac de Brizuela, Unión de Guadalupe, Chiquilistlán, en los anexos parroquiales; al Temastián ignoto y milagroso del Señor de los Rayos. Íbamos hacia allá, pero antes era preciso tomar posesión de la nueva Casa el 15 de Agosto del Año del Señor 1964.
Nosotros, que lo vivimos tan fuertemente en carne viva y juvenil, lo recordamos por siempre gratamente y con gratitud, y hoy queremos celebrarlo muy grandemente, como debe hacerse con las evocaciones que dejan huella de por vida.
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