IV Domingo de Cuaresma







veo_senor“Yo he venido a este mundo…: para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos”. Reflexión de Mons. Ruy Rendón para el domingo 30 de marzo 2014.



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“Yo he venido a este mundo…: para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos”.




1Samuel 16,1.6-7.10-13

Efesios 5,8-14

Juan 9,1-41




El domingo pasado contemplamos a Jesús junto al pozo de Jacob dialogando con la Samaritana. En esa ocasión nuestro Señor se transformó en “Agua Viva”, ya que él, con su palabra, calmó la sed interior de esta mujer; y ella, con su testimonio, se convirtió en un manantial que dio vida eterna a sus paisanos, quienes tuvieron la oportunidad de acercarse a Jesús y creer en él.


Ahora, en este Cuarto domingo de cuaresma, contemplamos a Jesús devolviendo la vista a un ciego de nacimiento. El relato de san Juan es muy interesante; nos presenta varios diálogos, algunos en forma de discusión. Y conforme avanzan el relato y los diálogos, el ciego, ya curado, va dando, gradualmente, su opinión acerca de Jesús. En efecto, primero lo nombra: “el hombre que se llama Jesús…” ; luego lo proclama: “es un profeta” ; y por último, ya casi al finalizar el texto, al encontrarlo de nuevo, Jesús le dice: “¿Crees tú en el Hijo del hombre? Él contestó: ¿Y quién es, Señor, para que yo crea en él? Jesús le dijo: Ya lo has visto; el que está hablando contigo, ése es. Él dijo: Creo, Señor. Y postrándose, lo adoró”. Magnífica y ejemplar profesión de fe que hace aquel hombre sanado por Jesús, el Señor.


Así como en el encuentro de Jesús con la Samaritana hablábamos de dos clases de “sed” (la corporal y la espiritual), así, ahora, al hablar de “ceguera”, debemos considerar también dos clases: la ceguera física y la ceguera espiritual. El ciego, al comenzar la narración, lo encontramos padeciendo una enfermedad del cuerpo, y Jesús le devuelve la salud a sus ojos; y al concluir la trama del relato, el ciego ya curado, obtiene, además, otro tipo de visión, la visión de la fe en la persona de Jesucristo: “Creo, Señor. Y postrándose, lo adoró”.


Curiosamente los judíos, que en el relato aparecen sanos de los ojos del cuerpo, en realidad están “ciegos” en su interior puesto que no son capaces de “ver”, es decir, de creer en Jesús; por ello el Señor dice: “Yo he venido a este mundo…: para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos”. Por lo tanto, hermanos, que no sólo nos preocupe el ver con los ojos del cuerpo…; que también nos preocupemos de ver con los ojos del alma, es decir, de tener fe en Jesús, “Luz del mundo”, Dios y hombre verdadero.


Pidamos a Dios Padre, en la Eucaristía dominical, que no permita que nos domine el poder de las tinieblas, que abra “nuestros ojos” para que podamos creer en Jesucristo, su Hijo, a quien ha enviado para iluminar al mundo. Amén.




+Ruy Rendón Leal

Obispo de Matamoros




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